En 1947, recién terminada la segunda guerra Mundial y con toda Europa en ruinas, los estadounidenses idearon un plan de rescate con el que pretendían ayudar a restaurar a los países afectados y, a la vez, evitar un avance del comunismo. En medio de todo eso surge la película del recientemente fallecido Luis García Berlanga, un hombre del que Almodóvar ha dicho que, si hubiese escrito en otra lengua, el mundo entero estaría rendido a sus pies. Sin embargo parece su trabajo únicamente se valora en España, y es que películas como “Bienvenido, Mister Marshall”, tienen mucha importancia sobre todo de puertas para adentro, donde conocemos bien a cada uno de sus personajes y donde aún persisten pueblos como los del film, con sus curas, sus hidalgos y las pobres mujeres ancianas que poco o nada entienden de lo que está pasando. Para la censura de aquel entonces, «Bienvenido, Mister Marshall» no era más que una comedia simple e inofensiva, pero con el paso de los años, estos setenta y cinco minutos de cine en estado puro parecen haberse consolidado como una de las obras maestras del cine español conteniendo un mensaje tan cargado de energía como tremendamente triste.
Pero situémonos. Nuestro país vive en la dura posguerra, una época de hambre y estrecheces en la que encontramos a los habitantes de Villar del Río. A través de una parlanchina y acelerada voz en off, nos hacen un repaso por todos los rincones del pueblo: el cura, que es majo, las cotillas del pueblo, el cartero, el alcalde, un poco sordo y que parece no enterarse de nada… En seguida nos dan a entender que este pueblecito es no sólo pobre en extremo, sino que además tiene que aguantar la sombra que le hace un pueblo vecino, mucho más grande con ferrocarril, lo que acentúa su miseria. Cada una de las personas de ese pueblo se nos hacen fácilmente reconocibles, quizá porque (en mi caso) aún quedan en Extremadura numerosos pueblos con las mismas fachadas y habitantes. No quiere decir que vivamos así, aunque hay gente empeñada en pensar que esta comunidad es así, pero sí es cierto que se trata de una zona eminentemente rural donde aún persisten pueblos como los que vemos. Aún así, la película no fue grabada allí, sino en Guadalix de la Sierra, en la comunidad de Madrid. De modo que vecinos en pequeños pueblos, con sus temas de conversación, sus viudas vestidas de negro cosiendo en silencio a las puertas de las desvencijadas casas y las mantas llenas de remiendos existen en todas partes, y no se nos hacen para nada extrañas sus aspiraciones y comportamientos.
Es en esa situación de vivir congelados en el tiempo cuando les anuncian que los americanos, utilizando el Plan Marshall, van de pueblo en pueblo repartiendo regalos y “Dolars” para todos, por lo que, ayudados por el representante de “la mayor estrella del cante andaluz”, el pueblo de Villar del Río se prepara para recibir a los americanos. Así comienzan unas jornadas de agitación donde los vemos gastándose unos ahorros que no tienen para no sólo colgar banderitas de las calles, sino para, directamente, construir calles falsas con alumbrado público que den la sensación de ser un pueblo mejor que el que en realidad es. Y así es como llegamos al ensayo general, donde todos van preparándose para recibir a los americanos. La escena en sí, con la famosa canción, se ha convertido en una pieza indispensable de nuestra cultura e historia, y todos la reconocemos aunque no la hayamos visto. Ese es el momento que mejor refleja la ilusión que tienen todos los habitantes de Villar del Río con un dinero que parece caído del cielo. Los comentarios y rumores acerca de cuánto tiempo estarán los americanos en el pueblo cambia constantemente, y se hacen colas en las que todos piden lo que más quieren: tractores, vacas, trajes, prismáticos… una señora mayor, aunque nadie se llegue a enterar, lo único que quiere es chocolate.
Esa noche todos se van a la cama, los que apoyan este descabellado carnaval y los que se oponen a él, como es el caso de Luis, el último de una noble familia de conquistadores, que piensa que los americanos no son más que indios que se comieron a sus antepasados. En este fragmento de la película vemos los sueños de algunos de ellos: están el del cura, que se ve a sí mismo juzgado para ir al infierno, o el del caballero Luis, navegando para acabar en una cazuela caníbal. Pero si hay algún sueño memorable en esta película, es el del propio alcalde, interpretado por un genial Jose Isbert, donde asistimos a una parodia del western con todos sus tópicos en el que él es un aguerrido pistolero donde chapurrea algo que debe ser inglés y arregla relojes rotos a balazo limpio. Aun así, creo que el más bonito es aquel en el que se ve a unos extraños reyes magos lanzando un tractor desde un avión y cayendo justo ante quien lo necesita, con ese paracaídas inmenso abierto tras él.
Y llega el gran día, el momento en que todos los habitantes del pueblo vestidos de sevillanos (y luego nos preguntamos por qué los de fuera nos ven así) están preparados para recibir a los americanos, que llegan, pasan… y se van. Una vez y otra. Así hasta dejar a los desconcertados habitantes de Villa del Río sin saber qué hacer. O bueno, sí. Entre todos han de pagar lo que han gastado en adordar el pueblo, sin hacer acusaciones y con una sonrisa en la cara porque, al fin y al cabo, ha empezado a llover, y esto le vendrá genial a las nuevas cosechas que seguro, segurísimo, tendrán el año que viene…
Lo que la censura franquista dejó pasar entre las líneas de la comedia, es el más férreo alegato contra la sociedad. El plan Marshall no se aplicó a España, fuertemente reprimida por el régimen franquista, aunque los Estados Unidos ayudaron económicamente a este país de alguna forma al considerar que no apoyarían al régimen comunista. Así que la gente de este pequeño pueblo, aislado en su burbuja del resto del planeta nunca vio un céntimo, y nos da la sensación de que tampoco lo hubieran visto si el dinero hubiera llegado a este país. Villar del Río es un ejemplo de todos aquellos que se ilusionaron en seguida con proyectos que les iban a haber solucionado la vida pero nunca se materializaron, escenas como un tractor cayendo del cielo, o americanos repartiendo “Dolars” a puñados. Al menos eso es lo que intenta decirnos nuetra versión de “Las uvas de la ira”, porque el dinero fácil no existe, y siempre habrá gente que tendrá que salir adelante como pueda, aunque vean una salvación delante de ellos que no resulte ser más que otra desgracia. Siempre con una sonrisa, olvidados por todos, mientras siguen esperando a Mister Marshall.
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#1 por Yeray el 5 enero, 2013 - 20:40
Se echa de menos la España de nuestro Franco, aunque se ha intentado echar mucha mierda y mentira los ultimos 30 años, se vivia mejor que ahora sin duda.