«Los límites del control» – El que se tenga por grande…

Es viernes, el frío de la noche comienza a morderme    los pies, hace horas que el cansancio coquetea conmigo y aún así me siento en una butaca que una vez fue de color rojo para ver la última sesión de “Los límites del control” (2009), la última película de ese loco del pelo blanco llamado Jim Jarmusch.

Lo más lógico es que hubiera acabado dormitando ante una cinta de 110 minutos de duración en la que prácticamente no pasa nada, en la que casi se repiten (una y otra vez) los mismos movimientos, las mismas crípticas acciones. Sin embargo, mi atención no se distrajo ni un momento.

Para explicar (en la medida de lo posible) que es lo que me atrajo de este extraño film voy a tener que desvelar algunos detalles argumentales, vamos, que dejándonos de eufemismos voy a destriparla de cabo a rabo.

El Solitario, un hombre sin nombre (perdón por el desafortunado pareado), se encuentra con dos tipos, el Criollo y el Francés, en la sala de espera de un aeropuerto. Uno de ellos le entrega una caja de cerillas y le suelta frases del tipo «Usted no habla español ¿verdad?»; «Use su imaginación y sus habilidades»; «Todo es subjetivo»; «El que se tenga por grande que se vaya al cementerio, allí verá lo que es el mundo: un palmo de terreno»; “Los diamantes son los mejores amigos de una chica”; «Vaya a las torres, vaya a la cafetería, espere un par de días y busque el violín».

Llegados a este punto me revuelvo en mi desgastada butaca y me pregunto si no me habré equivocado de sala y he pagado por ver alguna película inédita de David Lynch porque sólo me falta la música de Angelo Badalamenti y la aparición de algún misterioso enano para creer que, efectivamente, estoy ante alguna de las geniales paranoias del director de “Terciopelo azul” (1986). Pero no.

Lo que está claro es que desde el minuto uno Jarmusch, haciéndose eco de unos versos de Rimbaud (“Mientras descendía por ríos impasibles, sentí que los remolcadores dejaban de guiarme”), ya me está advirtiendo de que no va a guiarme, que no me va a dar nada masticado, que me lo voy a tener que currar para seguir sus pistas y, lo más importante, que debo dejar volar mi imaginación y olvidarme de la lógica.

 

 

 

El Solitario vestirá siempre el mismo traje y emprenderá un viaje que le llevará primero a Madrid (traje azul), luego a Sevilla (traje marrón) y, finalmente, a un pueblecito de Almería (traje verde). En estos tres lugares se sentará en la terraza de un bar y pedirá dos expresos en tazas separadas y recibirá la visita de extraños personajes con los que irá intercambiando cajas de cerillas que contienen distintos mensajes cifrados que ese hombre de rostro impertérrito y cuadriculado engullirá acompañado de un sorbo de café. Cada uno de los visitantes (el Violín, la Desnuda, la Rubia, la Moléculas, el Guitarra, el Mexicano y la Conductor) se presentará ante él formulando la misma pregunta “Usted no habla español, ¿verdad?” y a partir de aquí cada uno de ellos le hablará de la música, el cine, la ciencia, la bohemia o las drogas.

Las acciones del Solitario son siempre simétricas y repetitivas (“variaciones” que declaró el propio Jarmusch) en Madrid, Sevilla y Doña María Ocaña: se acostará vestido en la cama del alojamiento que le han reservado, pasará la noche despierto, recibirá el día con movimientos de Tai-chi y luego se dirigirá hacia una cafetería donde esperará a su contacto correspondiente tras haber pedido dos tazas de café.

Estos estrafalarios encuentros y cada uno de los mensajes que recibe conducirán al Solitario hasta una especie de fortaleza aislada y fuertemente protegida en la que se encontrará con el Americano, un hombre al que asesinará estrangulándole con una cuerda de guitarra.

Supongo que a estas alturas (si que alguno ha leído hasta aquí…) debería explicar cuáles son las razones de ese asesinato, quién es el Solitario o quién el Americano, pero va a ser que no. Tal y como afirma el Criollo debo usar mi imaginación y tener en cuenta que todo es subjetivo. No hay lógica sino una sarta de símbolos (algunos de ellos hasta surrealistas) que huyen de lo convencional convirtiendo a “Los límites del control” en una película abierta a múltiples interpretaciones.

Para dar vida a toda esta serie de casi oníricos personajes, Jarmusch echa mano de un excelente elenco de actores y actrices (algunos habituales en sus películas). El imponente Issach De Bankolé (que a pesar de sus silencios es capaz de llenar la pantalla) encabeza el reparto interpretando al Solitario y junto a él aparecen, entre otros, Luis Tosar (Violín), Óscar Jaenada (Camarero), Paz de la Huerta (Desnuda), Tilda Swinton (Rubia), Youki Kudon (Moléculas), John Hurt (Guitarra), Gael García Bernal (Mexicano), Hiam Abbass (Conductor) o Bill Murray (Americano).

Con la ayuda de la magnífica fotografía de Christopher Doyle, Jarmusch nos presenta una imagen de España muy alejada (gracias a Dios…) de las películas-folleto turístico (véase “Vicky Cristina Barcelona”) y además no deja pasar la oportunidad de aludir (cómo no) a su muy admirado Aki Kaurismäki.

Como ya habéis podido constatar “Los límites del control” es un pelicula sólo recomendable para admiradores incondicionales del indie Jarmusch o para todos aquellos a los que les apetezca dejar volar la imaginación, a contemplar la película como si de un cuadro se tratase, a dejarse arrastrar por las imágenes porque de vez en cuando apetece aunque sea en una desapacible noche de viernes.

 

 

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Briony