Hank Azaria no volverá a ponerle voz a Apu. El actor de doblaje lleva casi treinta años interpretando a distintos personajes de la familia amarilla, pero ninguno ha sido tan controvertido como el dueño y dependiente del badulaque, que lleva un tiempo siendo objeto de debate debido a su posible racismo y efecto discriminatorio sobre la comunidad india en Estados Unidos.
Todo empezó en 2017 con el documental The Problem with Apu, donde el cómico Hari Kondabolu aseguraba que Apu se había convertido en un estereotipo que menospreciaba a una minoría muy importante en el país. Además, al ser uno de los pocos personajes indios con voz propia en la industria del entretenimiento, no había mucho más con lo que compararlo, reduciendo a sus compatriotas a papeles de taxistas, vendedores, o similares.
Apu es un personaje con un larguísimo recorrido en Los Simpsons. Conocemos sus orígenes, su carrera universitaria, sus extrañas (para los occidentales) costumbres e incluso su matrimonio concertado y los ocho hijos que tiene con Manjula. También, que es ahorrador hasta la avaricia, vegano, amigo de Paul McCartney y un trabajador incansable, lo que justifica los amplios horarios de apertura de su negocio. Incluso, cuando en un capítulo perdía su empleo, se convertía en una persona miserable que no sabía qué hacer con su vida. Como vemos, Apu es complejo, pero no necesariamente un modelo a seguir, y eso nos lleva a la cada vez más popular idea de la representación.
La representación consiste en proporcionar a todos los individuos de una sociedad su voz y su espacio en los medios de comunicación. Esto incluye películas y series de ficción, donde durante mucho tiempo (porque históricamente se ha considerado un país de hombres blancos), los productos han estado dirigidos por y para ellos. El Hombre Blanco, además, es un recurso narrativo muy frecuente, porque estamos acostumbrados a identificarlos como el protagonista perfecto. Jack, de Perdidos, es el eje central en una serie coral. Y luego están las innumerables películas de hombres blancos inmersos en culturas diferentes, como Cruise en El Último Samurái, que no es más que una excusa para que el espectador tenga acceso a dicha forma de vida de la forma más clara y definida posible.
Lo que ocurre es que en EEUU, y en la mayoría de los países, la realidad es mucho más compleja. Hay personas negras, homosexuales, transexuales, víctimas de las drogas, el cáncer y la violación, la violencia, el fanatismo religioso o el simple racismo, y esas ideas rara vez se ven representadas de forma fidedigna en la pantalla. Y esto nos lleva al concepto de la “aniquilación simbólica”. Un concepto que intenta decirnos que lo que no vemos, no existe para nosotros. Y no podríamos entender los problemas de la sociedad negra si no fuésemos advertidos de ellos a través de cine, periódicos, televisión o internet.
Al ser Apu uno de los pocos personajes indios que durante años ha habido en las pantallas, su nombre mismo se ha convertido en adjetivo para nombrar a todos los hombres y mujeres de piel aceitunada que vienen o descienden de padres indios. Un “Apu”, como muchos de los colaboradores del documental de Hari admiten que les han llamado por la calle.
Podríamos pensar que es una idea extraña, y hasta infantil, que la representación importa tanto. Que el protagonista heroico de una serie de televisión tenga tu mismo color de piel o inclinación sexual no debería limitar en absoluto tu actitud ante la vida o tu situación económica, laboral y familiar. Es muy fácil pensar que quien tiene tiempo para hacer un documental sobre un personaje de Los Simpsons es un cómico en horas bajas que realmente no tiene mucho más a lo que agarrarse. Y en cierto modo, podría ser cierto. Podría ser que nos preocupásemos demasiado por temas absurdos, obviando otros mayores. Al fin y al cabo, Apu no es más que uno más de los múltiples estereotipos de Los Simpsons. Los italianos aparecen representados como mafiosos, los judíos, como religiosos radicales, Homer, Wiggum o Cletus, son la más basta caricatura del hombre blanco, racista, estúpido y pretendidamente bonachón. Flanders es el evangélico que todos conocemos. Y así hasta llegar a Apu, que no debería sino ser uno más de esa constelación de personajes familiares, exagerados y ridículos que solo cuentan con 20 minutos (y treinta años) para contarnos sus aventuras.
Ahora mismo nos encontramos en un momento en el que se está dando muchísima voz a todo tipo de individuos y colectivos. Orange Is The New Black, Sex Education, Fresh Off The Boat, The Mindy Project… Al mismo tiempo que definía a una población, Apu abrió el camino para algunos cómicos y actores de su misma nacionalidad. Quizá no es perfecto, y también es posible que no se pueda ser “woke” décadas antes de que “woke” fuese un concepto. Ideas que en su momento nos parecían normales han ido quedando desfasadas y olvidadas. Y cómicos como Andrew Clay son la prueba viviente de eso.
Quizá a Apu deba ponerle voz un actor indio, pero quizá tampoco esté mal que un hombre blanco sea quien lo interprete. Quizá no está mal que sea un estereotipo, pero tal vez esté reduciendo a muchos actores a un limitado abanico de oportunidades laborales y, por tanto, de ideas. Quizá sea la hora de un capítulo centrado en Apu, donde le exploremos como individuo y no como colectivo. Quizá deberíamos entender que la ficción no debe necesariamente cumplir un papel pedagógico, o incluso, puede que Los Simpsons deban cancelarse y dejar paso a otras series, mientras los recordamos con cariño sabiendo que lo hicieron lo mejor que pudieron, siendo hijas de su tiempo. Y recordar que incluso con sus defectos, la televisión en muchas ocasiones nos mostró lo que deberíamos ser, incluso cuando aún no lo sabíamos.