Llevo un par de años queriendo escribir sobre Prison Break, y ahora que Fox planea el regreso de la serie a sus pantallas, es un buen momento para hacerlo. A lo largo de cuatro temporadas y una TV Movie, el género carcelario se revitalizó en televisión gracias a una historia con muchos puntos fuertes, pero defectos que la hacen merecedora de un profundo análisis. Porque fue en ese periodo entre 2005 a 2009 cuando la televisión americana empezó a entender que tenía que cambiar de dirección si quería sobrevivir, y lo hizo aprendiendo de la peor manera: hiriendo de muerte a Prison Break desde el momento en que se emitió su capítulo piloto.
Paso 1: Ten un planteamiento interesante.
Perdidos es una de las series más famosas de la televisión, y después de muchos años, los especiales que hice sobre ella siguen arrastrando decenas de visitas cada día. Prison Break, Héroes, House y otras muchas series nacieron en una época de cambio que hizo que se vinieran abajo conceptos establecidos e introdujeran otros nuevos. La importancia de Internet como medio de discusión al final de cada episodio es algo que Expediente X ya puso de moda, pero en la historia de El Señor de las Moscas, todo se llevó a un nuevo nivel. Con ganas de planteamientos interesantes, repartos corales y una serie de cliffhangers que nos obligaran a continuar, Prison Break parecía una apuesta sólida. Una historia sobre la fuga de una prisión orquestada por un personaje inteligente, Michael Scofield, que conocía hasta el mínimo detalle los planos de la cárcel y los llevaba encriptados en su cuerpo en forma de tatuajes. Era una grandísima idea que nos sumergía en la realidad del ámbito carcelario estadounidense, y creedme cuando os digo que en EEUU tienes más posibilidades de tener un familiar en prisión que en una universidad de alta categoría. La idea era mucho más interesante cuando descubrías que Scofield buscaba entrar voluntariamente en prisión para liberar a su hermano, que se enfrentaba a la pena de muerte por un delito que (por supuesto) no había cometido. Allí, encerrado entre mafiosos, asesinos en serie, violadores y pandilleros, Scofield no sólo no encajaba, sino que parecía demasiado frágil.
Prison Break tenía a su favor el escenario, que se convertía en un personaje más. La prisión, con sus rutinas, sus pasillos y sus guardias, era lo que daba interés a esta historia, pero la idea en sí tenía su propia fecha de terminación, ya que todo acabaría cuando salieran de la cárcel y huyeran hacia un país sin tratado de extradición. Así que cada capítulo nos llevaba de la mano al siguiente a lo largo de veintidós episodios en la primera temporada en la que desde luego hubo de todo: motines, fugas frustradas, ejecuciones detenidas en el último momento… La serie no ahorraba en sorpresas que se suponían que debían dejarnos colgados hasta la semana siguiente, pero al final descubrimos que muchos de estos giros y finales inesperados tenían pocas consecuencias para el desarrollo de la serie, o eran solucionados como si nada gracias a la pésima forma de escribir de Steven Moffat en Doctor Who. Al centrarnos en estos artificios, la propia historia se resentía y perdía su valor. En otras palabras, se convertía en un folletín cuya calidad narrativa no nos inspiraba a volverla a ver. Aquel fue el origen del Binge Watching, la idea de tragarnos temporadas enteras de un tirón, y que como ocurre siempre que nos damos un atracón, no nos deja tiempo para saborear el plato que tenemos delante.
Los personajes de Prison Break eran geniales. Desde Scofield, un chico bueno interpretado por un desconocido Wentworth Miller, a T-Bag, un auténtico monstruo cuyo nombre nos recuerda a uno de los mayores asesinos en serie de la historia. Y jugaron a la acumulación y a esos giros en los que incluso los mayores villanos acababan siendo aliados para enfrentarse a males mayores. Pero una vez más, llegó un momento en que se convirtió en una repetición constante que llevaba la serie hacia delante por un camino pedregoso que la convertía en un artificio forzado.
Paso 2: No te detengas al final de la historia.
En otras palabras: Prison Break debió durar solamente una temporada. La idea de una historia tan corta no encajaba en las cadenas de televisión americanas que tienen por costumbre cancelar las series solamente cuando han dejado de ser rentables. Teniendo en cuenta que ahora Netflix nos está acostumbrando a temporadas de trece episodios, muchas series grandes como Bones o CSI empiezan a mostrar sus defectos. El primero de ellos, que la historia no se acaba aunque lleguemos al final. El segundo, que los guiones se resienten cuando inventas subrtramas o metes relleno. Y el tercero, que pierdes la oportunidad de tener a grandes actores porque huyen al ver las maratonianas sesiones de rodaje.
Aun así, la primera temporada acabó en lo más alto. La fuga, orquestada por Michael y sus compañeros, salía bien a pesar de todos los inconvenientes de última hora. El plan se iba adaptando a las necesidades del momento, y la historia principal quedaba lastrada por la existencia de Verónica Donovan. Era obvio que la persona a la que Michael intentaba liberar de la cárcel no podía ser culpable, pero eso nos condenaba a tener que aguantar una trama paralela en la que la novia y abogada de Lincoln Burrows intentaba descifrar las pistas que condujeran a la verdad. Cuando los presos escaparon de la prisión, su personaje sobraba, así que se lo quitaron de encima de la manera habitual.
El gran cliffhanger de la primera temporada nos dejaba a los presos fugados en tierra de nadie, acosados por la policía. Pero también con una nueva idea, la de buscar cinco millones de dólares que uno de los presos había enterrado años atrás después de un atraco. El macguffin no era tan interesante como la caza del hombre que tenía lugar por todo el país, y que debería haberse aprovechado mucho mejor, pero que se perdió en seguida en esa conspiración al más puro estilo Expediente X con agentes secretos y entidades oscuras del gobierno que lo sabían todo e iban un paso por delante. Lo interesante que resultaba ver cómo Michael aún tenía planes tatuados en su cuerpo en caso de que las cosas salieran mal chocaba con la búsqueda de la Verdad, poco interesante. Los demás personajes también se fueron resintiendo. Sarah Tancredi era torturada, aparecía y desaparecía de escena, los policías de la prisión y su personal obsesión con Bagwell eran grandes aciertos, pero Prison Break no podía permitirse que cada uno fuera por su lado. Al final, Bellick, que tenía de mafioso lo mismo que los internos que vigilaba en la prisión, se acabó convirtiendo en un buen amigo y un mártir. Lo que normalmente se conoce como “out of character” que significa que se está comportando como jamás lo haría, y no en un buen sentido.
La aparición de Mahone, interpretado por el todoterreno William Fichtner, fue un soplo de aire fresco, un investigador cuya perfecta fachada fue resquebrajándose cuando Michael decidió perseguirle también. Mahone no es un tipo perfecto, y su pasado como cazador de un asesino en serie al que acabó enterrando en su jardín es de lo mejor que tuvo la serie. También sentimos lástima por él y su renqueante relación sentimental con la madre de su hijo, y pasas de odiarle a desearle lo mejor. También se gana el apoyo del público cuando busca al asesino de su hijo y le hace llamar a su esposa antes de tirarle por un puente. Pero al contrario que otras muchas series posteriores que aprendieron que los antihéroes y los personajes complejos son muy interesantes, (¿Es Frank Underwood bisexual en House of Cards o simplemente un narcisista sexual?) aquí lo que ocurrían eran cambios bruscos e injustificados, lo que fuera por mantener el show activo y emocionante.
Sin embargo para el final de la segunda temporada ya quedaba muy poco de lo original. La sensación de opresión había desaparecido, la inseguridad ante una inminente captura, también. Teníamos un culebrón con padres que aparecían de entre los muertos, madres que trabajaban para una Compañía secreta del gobierno y muchísimos giros más que convirtieron lo que parecía una historia sencilla y mundana (y ahí radicaba lo intersante) en un entramado político que acababa afectando al propio presidente de los EEUU. Y que al final, cuando todo se resolvía, cuando Kellerman se pasaba al lado bueno y su muerte en off nos indicaba que por supuesto no iba a morir, aparecía alguien que arruinaba todo el plan. Michael no era libre, sino que acababa preso… y enviado a una nueva prisión.
Paso 3: Cópiate a ti mismo.
Con un final de segunda temporada muy extraño que casi (y sólo casi) intentó decirnos que Michael podría haber sido modificado genéticamente (parece que esa idea la descartaron de inmediato pero nos quedó una rarísima escena), ahora nos enterábamos de que Michael tenía que trabajar para la Compañía liberando a un hombre que vive encerrado en una cárcel de Panamá llamada SONA, y que es todo lo contrario a Fox River. La idea era muy buena, pero no tanto que Bellick acabara allí también, o que T-Bag se convirtiera en la mano derecha del Lechero. Además, el embarazo de Sarah Wayne Callies la eliminó de la trama sustituyéndola por una cabeza cortada que al final, cómo no, resultó no ser suya, y Lincoln Burrows no tenía el extraño carisma de su hermano para ser el eje de la fuga. Lo que teníamos eran nuevos cliffhangers que no llevaban a nada pero se anunciaban como definitivos, y la sensación de que empezábamos a repetirnos. A la vez, Sona era un buen escenario, mucho más visceral e incluso con peleas a muerte entre algunos de los personajes protagonistas. Pero la idea duró poco porque la huelga de guionistas afectó a la serie como a muchas otras, y todo quedó colgado… en trece episodios. La mitad, y lo que parece ser la duración perfecta para las temporadas actuales.
Paso 4: Comete errores ya cometidos.
Una vez se han escapado de la prisión, han sido capturados, enviados a otra cárcel y han vuelto a escapar, hay muy pocas cosas que los personajes puedan hacer. Al encarrilar la cuarta temporada la historia no se parecía en nada a sus orígenes, sino que además cometió una traición imperdonable. Cogió a nuestros personajes y los puso al servicio de un equipo que les encargó atacar a la propia Compañía buscando SCYLLA, una serie de tarjetas con todos los datos de este nuevo macguffin que se suponía iba a darnos la oportunidad de ver una nueva dinámica y a la vez más sitios en los que entrar y de los que salir por la fuerza. El problema era que esta idea ya la habían tenido en la última temporada de El Equipo A, y al público no le gustó que los fugitivos ahora trabajasen para el gobierno. La gente quería verles huyendo constantemente, y no como lacayos. Al repetir ese esquema en una interminable cuarta temporada, el personaje de Michael Scofield era innecesario. Hasta se inventaron una excusa para quitarle los tatuajes y así ahorrarse en tiempo de maquillaje cada día, y al hacerlo, eliminaron el último rastro de la genialidad que tuvieron al principio. La previsible enfermedad de Michael nos llevó hasta una Tv Movie de noventa minutos que en España fue titulada The Final Break y donde tras finalizar toda la serie alguien llevaba a Sarah a prisión, siendo un nuevo escenario al mostrarnos un ambiente carcelario femenino que resultó muy flojo en comparación, casi tanto como la muerte (en off también) de Michael Scofield, con todo lo que ello significa.
El resultado es que Prison Break es mucho mejor en nuestro recuerdo que en realidad, y su revival tiene la oportunidad de utilizar la retrocontinuidad (es decir, que se inventarán lo que les de la gana) para no tener que estar anclados a lo que hicieron en la serie anterior. Tuvo un buen comienzo, pero fue víctima de muchas malas decisiones que vinieron sobre todo por el esquema normal que seguían las series en Estados Unidos. Fue también una de las responsables de dar a entender que una serie acaba cuando sus guionistas lo deciden, como hemos podido ver en Perdidos o más recientemente en Breaking Bad. Estirar el chicle hasta que se rompa ya no es una opción válida, y las cadenas han aprendido que a veces es mejor dar carpetazo a una idea de éxito a cambio de un producto de calidad, aunque sólo sea porque algo así demuestra ser más rentable con el paso del tiempo que una historia floja que ya nadie ve y que se mantiene en antena incluso cuando hace tiempo que debió dejar de emitirse. También enseñó que los cliffhangers habían dejado de ser útiles y se habían convertido en molestos, siendo preferible mantener el interés a lo largo de todo el episodio en lugar de en sus últimos dos minutos. Y aunque todas estas cuestiones nos han proporcionado series actuales de gran calidad, en ocasiones hay grandes damnificadas, como es el caso de una serie que se merecía más de lo que le permitieron ser.
#1 por Rafael Rodriguez Esteban el 24 marzo, 2016 - 20:31
Pues a mi esta serie me encanto,de hecho la tengo en dvd