Al momento de escribir estas líneas, sabemos que hay un tráiler de Captain America: Civil War esperando por salir, y que podría ser “amazing” según palabras de aquellos que ya han podido echarle un vistazo. Esto podría indicarnos que por fin tendríamos un vistazo a Spiderman, uno de los personajes más famosos del universo Marvel y que hasta ahora ha tenido un ritmo muy errático en el cine, pasando de ser una franquicia prometedora, a un reboot fallido y a la nada más absoluta. Y en medio de este gigantesco arco argumental entre Iron Man y el Capitán América, deberíamos volver a lo básico, a tiempos más sencillos, y al primer Spiderman dirigido por Sam Raimi.
Dos años antes, Bryan Singer ya había dado alas a los personajes de Marvel con X Men, y no puedo olvidarme de Blade, que fue el primer gran éxito del estudio. Sin embargo, hasta aquel momento la forma de realizar películas consistía en un traspaso de los derechos del personaje a un estudio, Fox o Sony, lo que impedía una gran exploración del universo compartido que ya existía en los cómics. En otras palabras, teníamos películas de los personajes en solitario y los responsables no habían pagado para poder utilizar los otros personajes de la editorial. Como aún no había un gran mercado de personajes de cómic, los más conocidos eran Batman, Superman y Spiderman, y pocos podían pensar en adaptar personajes menos conocidos internacionalmente como el Capitán América (tan patriótico como delicado de mostrar al resto del mundo) o Black Panther. Y ya no hablemos de Thanos. Pero Spiderman era un personaje perfecto. Un héroe que, típico de Marvel, tenía que lidiar con problemas comunes para el resto de los mortales.
Sam Raimi se encargó de dirigir la primera gran película de este personaje, encontrándonos con una cinta simplona y efectiva. Es, como todas, una historia de orígenes que adapta fielmente los primeros cómics publicados en los sesenta, pero adaptándolos a los tiempos que corren. Y a la vez, trece años más tarde, ha cambiado tanto el mundo que sentimos nostalgia por una época más sencilla y tal vez inocente. Tobey Maguire logra que nos creamos a este Spiderman de finales de instituto, y si bien no es tan bocazas cuando se pone la máscara, sí podemos llegar a creérnoslo. Las enormes críticas que el actor suele recibir empezaron en realidad con el estreno de Spiderman 3, o con la necesidad de Fox de promocionar a Andrew Garfield como un nuevo “y mejorado” hombre araña. Aquí, es capaz de hacer bien de nerd apasionado de la fotografía que sufre una picadura radiactiva que le concede superpoderes, repitiendo un esquema tan básico que si aquí funciona no es porque se tratara de las primeras veces que lo veíamos, sino porque la gracia de este Spiderman está en los detalles.
Si podría parecernos ridículo Christopher Walken enfundado en una armadura sacada de los Power Rangers (hay pruebas de cámara que se asemejan mucho más al Goblin de los dibujos animados), al final todo se compensa por la estética camp de la película que se centra en un blockbuster ágil y divertido, muy del estilo del director de no tomarse demasiado en serio a sí mismo y mover la cámara en ángulos imposibles. Y si hay personajes insoportables como Mary Jane, cuyo único propósito en el film consiste en ser secuestrada, los fans de Raimi podemos disfrutar del resto del reparto, que incluye algunos conocidos del director como Ted Raimi, Lucy Lawless en un brevísimo cameo o incluso Bruce Campbell como el presentador de una velada de lucha libre con Randy Savage. Por no mencionar una de las mejores elecciones de casting de la historia con J.K. Simmons como J.J. Jameson. Y es precisamente ese estilo personal el que la salva de ser una cinta olvidable. Vista ahora puede parecer mucho más pequeña de lo que nos han acostumbrado, pero en su simplicidad está su éxito, en su buen hacer y en la capacidad para entreternos durante dos horas, y eso es más de lo que muchas de sus sucesoras espirituales pueden decir.