Las mejores fotos de… Vladimir Putin

Es la foto de la discordia. La tomó Platon Antoniu a finales de 2007 cuando la revista Time nombró al presidente ruso Persona del Año, convirtiéndose en el encargo más peligroso del fotógrafo. No es nada fácil retratar a Vladimir Putin. Odia que le saquen fotografías y en los últimos años ha desarrollado afición por hacer esperar a todos los que desean verle, como un recordatorio de que él no necesita a nadie. Platon estuvo cinco días encerrado en una habitación de hotel a la espera de una llamada telefónica, sacado de Moscú en un coche blindado y encerrado en una habitación durante nueve horas, hasta que le dieron permiso para salir y quince minutos para preparar las luces. No había nada al azar: francotiradores controlaban todos sus movimientos al llegar a la casa donde se hospedaba el presidente y varios hombres armados le seguían adonde fuera. Cometió el error de tocar a Putin por encima de la muñeca cuando le saludó, algo que después descubrió que estaba prohibido, y tomó la fotografía que podemos ver más arriba. Una variación, un primer plano de inspiración stalinista, fue la que acabó en la portada de Time, pero esta imagen es la muestra más absoluta de su poder. La oposición la criticó por fortificar el culto a la personalidad del líder y sus partidarios acusaron al fotógrafo de deshumanizar al político y convertirle “en una reliquia de la Guerra Fría”. Sea como sea, es una imagen que representa muy bien la imagen pública de Vladimir Putin.

El trabajo de Platon sería tan controvertido que se lanzaría durante meses a la caza de un permiso para poder retratar a los grandes líderes de las Naciones Unidas. Consiguió que le permitieran montar un estudio donde pasaron dirigentes del mundo entero esperando encontrar el lado más humano de los mismos. Constató que las mujeres parecían más sueltas y relajadas, que Barack Obama lanzaba “una mirada de curiosidad a la cámara”, que Berlusconi le sonreía como si fuese una modelo de diecisiete años, que Hugo Chávez sólo le dio quince segundos y que Gaddafi se presentó con una guardaespaldas ataviada como una ninja. Su trabajo no sólo le permitió retratarlos sino conocerlos y ver cómo eran o se comportaban en su vida diaria, porque los políticos rara vez ceden el control. Muchos supeditan sus acciones a su imagen personal, que está destinada a lanzar un mensaje al pueblo, tanto el suyo como el de otros lugares del planeta. Es el trabajo de la fotografía propagandística, que manipula a los líderes para hacerlos ver de una manera determinada y que puede abordarse de muchísimas formas. En el post anterior hablé de Obama y de su aspecto más cercano donde insistían en mostrarle como un ser humano con sus buenos y malos momentos, hablando con personas, comiendo en restaurantes de comida rápida e incluso jugando con un bebé en el despacho Oval. Su propaganda está centralizada en su fotógrafo oficial, Pete Souza, que tiene libertad para hacer lo que quiera cuando quiera. Estados Unidos se toma muy en serio la idea de dejar testimonio para la posteridad, como comprobó el fotógrafo de George W. Bush el 11 de Septiembre de 2001 cuando nadie le molestó en el Air Force One en medio de una de las mayores crisis de la Historia de su país. Desde entonces, muchos políticos han intentado imitar su forma de acercarse a la gente, pero ha habido alguien que se ha esforzado en hacer todo lo contrario. Ese es Putin.

Nació en Leningrado en 1952 en una familia modesta que vivía con más personas en una vivienda comunal. A finales de los noventa se convirtió en la mano derecha de Boris Yeltsin y le sucedió cuando éste anunció su inesperada dimisión. Yeltsin era un líder carismático que se ganó el cariño de los demás (sobre todo fuera de sus fronteras) por sus problemas con el alcohol y la comida. Son célebres sus bailes completamente borracho y los chistes que mostraron el fin de la Guerra Fría con Bill Clinton riendo sobre su hombro. Putin se enfrentaba a una Rusia que se había desintegrado y dirigirla a un mundo moderno, tal y como anunció su predecesor que correspondía a líderes jóvenes para un nuevo siglo.
Actualmente Putin está más de moda que nunca. Es posible que la buena imagen que tenía entre sus ciudadanos esté cambiando con los años, pero no es menos cierto que cuenta con un grupo de fieles seguidores que le ven como un hombre fuerte, el único capaz de hacer frente a los impulsos imperialistas de Estados Unidos. Pero esto no es un artículo sobre su política sino sobre su imagen propagandística.

La forma en la que se promociona es muy diferente a la de Obama. Es comprensible porque el presidente americano tiene una vida política muy corta. Es, a falta de una palabra mejor, un empleado con un contrato de ocho años que termina en 2016, y desde sus comienzos se han basado en proyectar lo que pueden conseguir más que las grandezas de su personalidad. Putin por el contrario puede permanecer en el cargo durante el resto de su vida y no nos sorprendería mucho si así fuera. En Europa y América del Norte algunos le consideran un dictador y se ha comentado que Dmitri Medvédev, que le sucedió en el cargo durante sólo cuatro años, no era más que una marioneta. Putin se convierte en un símbolo de fuerza, determinación y orgullo nacional donde ensalza el estilo de vida ruso alejado de convencionalismos occidentales.
Su propaganda bordea el Culto a la Personalidad, un ensalzamiento sin fisuras de su talento y habilidades más propias de un gobierno totalitario que de un líder democrático. Esto pasa por la extrema privacidad típica de su país en el que hay pocas cosas confirmadas sobre él, lo que contrasta una vez más con la sensación de familiaridad de Obama, donde su mujer es no sólo una persona importante para él, sino que es conocida por todos como Michelle. Pocos conocen a Lyudmila Putina, de quien se divorció en 2014 en el descanso de una obra de teatro, ni tampoco se sabe mucho sobre las dos hijas del matrimonio que se dice viven en Rusia. La anécdota de Platon deja claro que no es un hombre abierto ni cercano y eso se transmite en sus fotografías, que le dan un pequeño aura de misterio y atractivo para el mundo entero. De la misma forma no podemos saber quién, aparte “del Kremlin” es el encargado de publicar sus imágenes oficiales. No he encontrado ningún Flickr o cuenta de Twitter donde puedas preguntarle a su fotógrafo oficial qué modelo de cámara está utilizando ese mes. Toda su imagen está relacionada con su mandato, como también insisten que lo es su vida. De hecho esta es la única razón que el gobierno dio acerca del divorcio dejando claro que es un hombre que vive para el país y por sus habitantes.

De hecho, el único autor reconocido de una fotografía de Vladimir Putin que he podido identificar es precisamente Souza, que publicó en internet una imagen que tomó en la década de los ochenta cuando trabajaba para el presidente Reagan en una visita oficial a Rusia, y donde aparece saludando a unos turistas en la Plaza Roja. La imagen muestra a un turista con cámara que es un jovencísimo Putin cuando trabajaba como espía para la KGB, dejando claro que en Rusia hay poco margen para lo inesperado o casual. “El Kremlin”, desde luego, asegura que la foto es una falsificación del gobierno estadounidense para minar su posición o muestra a un hombre que no es Putin.
Al margen de eso, las imágenes del presidente Ruso siguen siempre un mismo patrón. Si Obama se muestra cercano y amable en un equilibrio entre las altas esferas políticas y la cotidianidad, Vladimir Putin no ha hecho nada cotidiano en su vida. Todas sus fotos le muestran a él como único sujeto realizando hazañas masculinas y casi imposibles. Podemos verle de caza sin camiseta, bañándose en las heladas aguas de Siberia sin traje de neopreno, haciendo prácticas de tiro con armas de gran calibre, liderando una banda de moteros que le dieron el sobrenombre de Abaddon, nadando con delfines, disparando dardos tranquilizantes a un tigre para inyectarle un chip de rastreo junto a un grupo de veterinarios, pilotando un helicóptero, pilotando un avión, pilotando un ala delta, pilotando un submarino mientras desciende al lago más profundo del mundo o incluso probando un fórmula 1 “por primera vez” y alcanzando os doscientos cuarenta kilómetros por hora.

Si la propaganda de Obama puede resumirse en “Obama se involucra”, la suya es “Putin sabe y hace cosas”. No hay margen para la crítica, los momentos de reflexión o incluso para mostrar alguna emoción. No hemos visto jamás una sonrisa abierta y sincera de Vladimir Putin ni un ataque de risa porque se empeñan en mostrarle como un líder todoterreno más parecido a un androide que un ser vivo. No existe la empatía en sus fotos ni tampoco, vamos a añadirlo, un cuidado por las imágenes. Son fotografías meramente testimoniales que se apoyan en su presencia como único recurso, que llega a extremos muy interesantes con ese DVD titulado “Aprende Judo con Vladimir Putin” que hace que recuerde la prohibición de tocarle por encima de las muñecas.
Tal vez se deba a que como aseguran sus críticos “un agente de la KGB está más acostumbrado a recibir órdenes que a darlas”, también a que su formación militar le hace huir de la falsa modestia o de preocuparse por las relaciones públicas, pero Putin sobrepasa en muchas ocasiones el límite de lo aceptable. Al ser tan duro, no tiene reparos en decir que simplemente el submarino Kursk “se hundió”, y cuando saluda a un niño, tiene cinco guardaespaldas sujetando cada una de las extremidades del chaval. El control no sólo de su imagen sino de todos los aspectos de su vida es justificado, es un hombre poderoso en una nación cambiante y dura que aspira a recuperar la grandeza, y ha sobrevivido mínimo a cinco intentos de asesinato (dato que sólo sería relevante si supiéramos cuántos atentados han abortado el resto de líderes mundiales). Pero parece que no existe hombre más desubicado, solitario y mecánico que el líder ruso, incluyendo la fotografía que le muestra en el supuesto lugar donde fue bautizado Jesús de Nazareth, y que parece que más que contemplar el lugar, es un maniquí que alguien ha dejado olvidado.

La propaganda sólo funciona si se hace bien. La glorificación de sus aptitudes físicas y habilidades sólo puede llevarse a un punto a partir del cual ya resultan ridículas, y ese es el principal problema de Putin. No llega al extremo del culto a la personalidad de los líderes norcoreanos pero tiene que hacer frente a reacciones que llegan desde fuera de su país, donde lejos de ser un líder amenazador casi parece un objeto de chiste. Aquella vez que buceó en el Mar Negro y salió del agua habiendo encontrado tesoros arqueológicos, la respuesta de la gente fue la contraria a la esperada, riéndose del extremo caricaturesco de su personalidad. Hasta el gobierno ruso tuvo que admitir que aquello había sido un montaje y que las vasijas centenarias habían sido descubiertas por un grupo de arqueólogos que las dejó al alcance de su mano durante su visita oficial. Lo que no pudieron evitar fue que Putin se convirtiese en un chiste andante en internet con miles de imágenes manipuladas que le mostraban realizando proezas cada vez más imposibles como cabalgar encima de un oso, disparar misiles por la punta de sus dedos, separar las aguas del Mar Rojo con su presencia o hacer explotar objetos con su mirada. Todos los líderes tienen memes, pero en el caso de Obama hay muy pocos a su costa. El más conocido es la única foto más exagerada que le muestra haciendo prácticas de tiro en Camp David y que apareció acompañada de una nota oficial donde dejaban claro que, entre otras cosas, estaba prohibida la manipulación de dicha imagen.
Pero en Putin el humor parece no sólo la respuesta a la propaganda exagerada y ridícula, sino un instrumento de protesta contra su gobierno autoritario y sus leyes más polémicas e injustas, como su opinión de los homosexuales o el envenenamiento de Aleksandr Litvinenko. De hecho un vídeo musical en el que modificaron un discurso suyo para que dijera “Soy gay, gay, gay y me gustan las pollas bien gordas” fue uno de los detonantes de su comentada resolución por la que prohibía los memes sobre personajes públicos en su país. En realidad no fue una prohibición tajante sino que daba a los afectados la posibilidad de presentar una denuncia contra los autores, y el resultado fue evidente: su imagen se manipuló más que nunca.

Vladimir Putin es un líder empeñado en hacer que Rusia recupere algo de la grandeza que disfrutó durante el siglo pasado y parece que lo está consiguiendo aunque sea gracias a su extraño carisma. Conocido por ser un hombre de acción y poco dado a la palabra, sus rarezas como su miedo a envejecer y sus excesivos alardes de masculinidad dan pie a rumores creíbles de operaciones de cirugía estética o relaciones con modelos cuarenta años más jóvenes que él. También está siempre dispuesto a desmentir los comentarios sobre su delicado estado de salud con una foto oficial en la que levanta pesas o practica el paracaidismo. Es valorado por sus ciudadanos por mostrar una imagen de compromiso y no parecer un hombre fácil de convencer o engatusar, y más en un ambiente donde otros líderes como Ángela Merkel han comentado que les inspiran algo de miedo sus dotes de negociación en las que aparece con perros, la única fobia de la dirigente alemana. Pero por otra parte, su política no se ajusta a lo que en Occidente conocemos como Democracia y según él, ni siquiera tiene por qué hacerlo. Los rusos son capaces de decidir por sí mismos y evadir la larga sombra de los Estados Unidos, por eso realizan incursiones contra el Estado Islámico, no por evitar el terrorismo, sino para afianzar el régimen de Bashar al Assad en una posición estratégica. Con un aspecto parecido al de un villano de James Bond, parece que le quedan muchos años por delante en el gobierno en los que seguirá cultivando su imagen de hombre omnipotente y rudo con la esperanza de ser un líder eterno.