‘El príncipe de Bel-Air’ – Una sitcom que marcó una época

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En el post donde hacía un repaso a la carrera de Will Smith comentaba la situación en la que llegó al set de rodaje de El príncipe de Bel-Air: Con varios millones en deudas a hacienda tras conseguir un modesto éxito como cantante de rap, participar en una sitcom le daría los ingresos suficientes como para evadir la cárcel y conseguir notoriedad. Reunido con los demás miembros del reparto, planificaron las líneas básicas de los personajes y fue Alfonso Ribeiro, quien interpretaría a Carlton, quien le recomendó que eligiese muy bien cuál sería el nombre de su personaje pues sería con el que el público le identificaría durante años. Tras pensárselo, Will eligió el suyo propio y su apodo en el mundo de la música.

Quitando sus videoclips de estética funky, Will no tenía ninguna experiencia previa en el mundo de la actuación y le costó adaptarse a los entresijos de la televisión. Ahora admite que le horrorizan los primeros capítulos porque interrumpía constantemente a los otros actores, se le olvidaban sus diálogos y les hacía ir retrasados en el plan de rodaje, hasta el punto que Tatyana M. Ali, que interpretaba a su prima pequeña Ashley, decía que hubo tensión entre ellos dos al principio por su falta de preparación. Pero lo que a Will le faltaban en tablas le sobraba en talento, y la serie se centraría sobre todo en su carisma y aspecto juvenil y estrafalario como un chico de Filadelfia que se mudaba a un barrio rico de Bel-Air a vivir con unos parientes.
Tras una cabecera que se convertiría en mítica en la televisión, en cada capítulo veíamos cómo la personalidad desenfadada y barriobajera de Will chocaba con las rígidas normas de sus parientes. Empezando por el su tío Phillip Banks, un rico abogado, a sus primos, que son el arquetipo del niño mimado de clase alta con profundas raíces republicanas. Se remarca siempre que fue una de las primeras series en mostrar un reparto afroamericano adinerado, y eso hace que en países como España, donde es muy conocida, se la cataloga como una de esas series “de negros” que tantos ejemplos nos han dado. El componente racial sería importante en muchos de los capítulos, pero la moralidad quedaría eclipsada por tramas sencillas y realmente divertidas.

La serie podríamos dividirlas en dos partes, cada una de tres temporadas. Las primeras son la base que todos hemos conocido de la serie y donde las diferencias entre los personajes daban pie a todas las situaciones. Basándose en chistes fáciles y gags entrelazados, Will introducía la cultura rap y a Malcolm X en esta familia con niños estirados que parecían haber olvidado lo que era la vida en la calle o disfrutar de una hamburguesa sin mayordomos. Esta mitad es la más fresca y original ya que todos los personajes iban aprendiendo unos de otros, mientras los chistes sobre el tío Phil se centraban en su peso o el mayordomo Jeffrey aprendía cómo hacer gala de su humor británico tan fino y necesario. Pero tras las cámaras el drama empezaba a ser evidente especialmente con la tía Vivian interpretada por Janet Hubert-Whitten. Con Will creciendo en fama, lo lógico era darle más importancia a él, pero ella insistía en que los guiones tenían que hacer hueco para su personaje. Las discusiones al parecer fueron tan grandes que incluso James Avery, que interpretaba a su marido, comentó que era muy difícil trabajar con ella. Durante años ha circulado el rumor de que su embarazo violaba su contrato para la serie, pero el odio mutuo entre Janet y Will fue tan evidente que hace poco ella comentó que el actor era “un auténtico gilipollas”. Sea como fuere, lo cierto es que la serie se llamaba El príncipe de Bel-Air, y al final fue él quien ganó la competición. La actriz desapareció al final de la tercera temporada siendo sustituida por Daphne Reid, uno de los cambios de actriz más comentados de la historia de la televisión. También es justo decir que Janet fue mucho más importante para la serie que su sucesora, a quien le relegaron a un papel tan testimonial que podrían haber eliminado el personaje sin problemas.

A partir de la cuarta temporada los personajes ya habían crecido lo suficiente como para no vivir siempre bajo la sombra de sus tíos. Empezaban a trabajar, con lo que aparecían más decorados y personajes secundarios, pero a la vez, las tramas empezaban a ser algo más flojas y se perdían elementos tan interesantes como el chiste recurrente de Jazz siendo lanzado por la puerta de la casa para dar paso a la primera actuación de Tyra Banks en una serie. También decidieron seguir la estela de otras series dando cada vez más carga dramática a los personajes, pero eso no quiere decir que el tema del racismo fuese tan importante. En algún momento, Malcolm o el movimiento para los derechos civiles desapareció del mapa, junto con aquel capítulo de la primera temporada en el que dejaban claro de forma muy sutil a lo que se enfrentaba un afroamericano cuando le detenían conduciendo un coche caro. Y mientras tanto, perdieron algunas buenas oportunidades. La cuarta temporada acabó con Will regresando a Filadelfia, con un final provisional para la serie que hizo que los fans escribieran miles de cartas pidiendo una continuación. Lo que parecía un buen momento para explorar ese lado barriobajero de Will desaparecía a los diez segundos, y la única relación estable de Will se volvía sosa y repetitiva, siendo cortada de repente al comienzo de la sexta temporada, un añadido alargado con sólo un par de buenos momentos.

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Lo que realmente hizo grande a El Príncipe de Bel-Air fueron sus personajes, marcados a fuego en la memoria del público gracias a las repeticiones. Con muchísima más mala leche que Cosas de Casa o el Show de Bill Cosby, sólo fracasaba cuando los personajes intentaban dar muestras de moralidad en sus últimas temporadas. Si funcionaba bien la paternidad ausente de Will (y que propició una falsa leyenda sobre una escena en la que Will rompía a llorar de verdad), no lo hacía tanto la adolescencia de Ashley o su forzado feminismo. Tampoco el error en el que caen muchas series cuando sus actores son famosos de utilizar el show como plataforma para la carrera de cantante de Tatyana M. Ali, o lanzar un mensaje al espectador acerca de la pérdida de la virginidad de la menor de los Banks. No quiere decir que esté mal que los utilicen, sino que en ocasiones eran contrarios a la forma de comportarse de personajes tan descerebrados como Hillary. Aunque ningún mensaje llegó a ser tan duro como el capítulo en que el un tipo disparaba a Will en un cajero automático cuando éste intentaba proteger a su primo, y que acababa con Carlton dándose cuenta de que la vida privilegiada que había conocido, con su padre como símbolo de la protección, era una ilusión muy frágil, y acababa comprando un arma dispuesto a defenderse, pero presumiblemente para convertirse en víctima de un nuevo tiroteo a la menor oportunidad.

Con el tiempo necesario para profundizar en todos los personajes, estos demostraron ser muy reales, y el tiempo y el formato televisivo los ha convertido en cercanos para nosotros. James Avery sigue siendo el padre perfecto para una generación que a la hora de comer veía cómo luchaba y se preocupaba por sus hijos, los castigaba cuando se portaban mal pero también les enseñaba lecciones de la vida. Jeffrey fue un contrapunto irónico, la camiseta marrón y amarilla de Jazz presagiaba lo inevitable y Hillary hacía uso de un descerebrado consumismo mientras Carlton bailaba al son de Tom Jones. Eso hizo que les cogiéramos un cariño que se extiende ya por su segunda década, haciendo que sus actores no pierdan la oportunidad de rememorar los mejores momentos de la serie en cualquier programa de televisión. Y a pesar de la muerte de Avery en 2013, sigue estando muy presente, como si el tiempo no hubiese pasado para esta gran sitcom, algo muy difícil en un mercado plagado de productos sin gracia o que la pierden al cabo de muy poco tiempo, para caer en el olvido. El príncipe de Bel-Air es una de esas cosas, como Pretty Woman, que siempre funciona en la programación de cualquier cadena, que gusta tanto a negros como a blancos de una forma no consiguió la falsa moralidad de Bill Cosby o el comportamiento hostiable de Steve Urkel. Es también un ejemplo de cómo hacer televisión jugando con guiones nuevos y chistes recurrentes y que no pasa por la caricaturización de su reparto, como ocurre en The Big Bang Theory. Hace poco se anunció que Will produciría un remake «espiritual» de la serie, sea lo que signifique eso, y es un grave error, pues la original sigue conservando todo su encanto, al alcance de todos los que quieran verla a la hora de comer.

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  1. #1 por kaldina el 1 octubre, 2015 - 20:39

    jajajaja… me encanta el peinado de Will

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