‘El Caso Bourne’ – Espías de verdad

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Bourne pertenece a una categoría muy singular de películas, los sleepers, cintas de mediano o bajo presupuesto pensadas para estrenarse, hacer su negocio y desaparecer para siempre, pero que logran un éxito inusitado. Eso es lo que le ocurrió a esta cinta de Doug Liman en 2002 sobre todo en su edición en DVD. Se trataba de la adaptación de una novela de Robert Ludlum, un escritor no tan conocido internacionalmente como James Patterson o Tom Clancy, pero que con el personaje de Jason Bourne le dio una vuelta al cine de acción y espías con su peculiar estilo.

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Cuando un hombre aparece flotando en el mar cerca de la costa de Marsella conocemos a Bourne, un espía sin memoria que de repente se ve perseguido por sus propios jefes, que intentan eliminarle. Por el camino conocerá a Marie, una chica que le ayudará a investigar su pasado, y de paso, huir de la sombra del espía más cinematográfico del cine, James Bond. Por muy parecidos que puedan sonar sus nombres no podrían ser más distintos. Bond siempre tiene la situación bajo control, se enfrenta a un villano que puede dominar el mundo y tiene a su disposición un amplio arsenal a cada entrega más imaginativo e inverosímil. En 2002 además se estrenaba Muere otro día, la última cinta con Pierce Brosnan como el agente 007 y quizá el punto de inflexión en el que se dieron cunta de que todo era tan ridículo como poco creíble.

Con un acertado aire europeo y grandes dosis de realismo, Bourne nos mostró a un nuevo tipo de agente secreto que basaba su éxito en su conocimiento y habilidades personales, no en los deportivos ni las chicas en bikini que pasean sin nombre por la pantalla. De hecho, Marie, interpretada por Franka Potente, será un pilar básico de la construcción del personaje mientras huyen de agentes despiadados que no lanzan frases lapidarias sino que son expertos en un tipo de lucha directa y sin concesiones. Utilizando bolígrafos o cuchillos de cocina, Liman hace que cada golpe se sienta y duela, buscando la efectividad por encima de la espectacularidad. Incluso la persecución que podemos ver a la mitad del metraje parece intentar alejarse del hombre del esmoquin utilizando un mini para huir por las calles de París.

Sí, no es una trama muy rebuscada ni tampoco sorprendente, pero lo interesante es cómo hace uso de las localizaciones caracterizando a la perfección los países por los que pasan (algo que será incluso más evidente en sus secuelas), y cómo mantienen ese halo de verosimilitud que lo convierte en un espectáculo creíble e interesante. Lleva al máximo la tensión y la adrenalina sin caer en set pieces exageradas y ridículas, mantiene el tono en todo momento y hace que todo gire en torno a un personaje tan interesante que acabó convirtiéndose en el mejor papel de Matt Damon y hasta influyó un poco en el regreso de Bond con Daniel Craig. Y aunque normalmente se le otorga todo el mérito a la cámara mareante de Paul Greengrass, creo que hay que concederle a Liman ser el que dio el primer paso, y el que eligió Extreme Ways de Moby para los créditos finales.

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