Dentro de mucho tiempo, cuando analicen el cine de esta década, descubrirán que hubo dos grandes vertientes: superhéroes y remakes. La primera se basaba en la adaptación de personajes salidos de los cómics que evolucionaron de tipos con capa y máscara a complejas series de películas, y la segunda en repetir grandes éxitos de años anteriores con la esperanza de que el público acudiese a ellos en una mezcla de rutina y nostalgia. Pero no todo es malo, hay grandes películas o series que sí parten de la nada o que incluso si repiten esquemas, aportan algo novedoso y de calidad, como Dredd o la reciente Mad Max: Fury Road. En ese escenario, si hay una película que realmente ha cumplido con su cometido en el campo de los remakes ha sido Jurassic World.
Que te guste esta cuarta entrega con dinosaurios o no es algo personal y subjetivo, pero son innegables los mil quinientos millones de dólares recaudados hasta el momento que la convierten en la tercera película más taquillera de la Historia por detrás de Avatar y Titanic. Es una mejora considerable con respecto a Jurassic Park III, que sólo recaudó trescientos setenta tras cometer muchísimos errores que los responsables de esta nueva entrega se apresuraron a subsanar. Desde un punto de vista tanto artístico como comercial, Jurassic World es lo mejor que le ha pasado a Universal en 2015, aprovechando todos los puntos buenos de una industria que no sabe muy bien adónde va mientras busca el equilibrio entre lo nuevo y lo antiguo para hacer caja.
Veamos cómo lo ha hecho.
Jurassic Park, la novela original de Michael Crichton, mostraba una empresa de ingeniería genética que descubría la forma de traer dinosaurios de vuelta a la vida gracias a la clonación de restos fósiles de ADN. Este logro científico no era utilizado para evitar la extinción de especies amenazadas, sino que se utilizaba con fines económicos gracias a la creación de un parque zoológico en una remota isla donde los viajeros podían ver dinosaurios vivos. Crichton explicaba que los dinosaurios creados por InGen no eran animales libres sino propiedad de una corporación que podía hacer con ellos lo que quisiera (un activo empresarial). Es por eso que la empresa de John Hammond se destinaba al entretenimiento y no al desarrollo de vacunas contra enfermedades infecciosas, porque nadie necesitaba ver a un triceratops, y eso les permitía poder el precio que quisieran por verlo, creando un negocio mucho más rentable que el que podrían encontrar en el ámbito sanitario.
Steven Spielberg adaptó el libro al cine en una gran película cuyos efectos especiales siguen igual de frescos veinte años después gracias a una combinación de CGI y muñecos animatrónicos de gran realismo. Los dinosaurios de Spielberg no eran simplemente monstruos en una producción de Hollywood, gracias al sentido de la maravilla y a un brillante Stan Winston, descubrimos que eran animales que respiraban, abrían las mandíbulas e incluso empequeñecían las pupilas. Todo esto creaba la sensación de que realmente había dinosaurios en la pantalla interactuando con seres humanos, y a pesar de que aparecían muy poco en el montaje final, cada vez que lo hacían era imposible apartar los ojos de ellos.
Desde entonces la industria del cine ha cambiado mucho. Se siguen adaptando novelas cuyos derechos se venden incluso antes de que salgan a la venta y los efectos especiales lo son todo. Por desgracia los guiones no han experimentado una evolución parecida ya que se han infantilizado buscando películas donde puedan ir todos los miembros de una familia pasando por caja. Pero también han descubierto el poder de la nostalgia y de las franquicias que resucitan. Indiana Jones, Star Wars, Alien, Rocky Balboa, Batman, Superman, Terminator, Expediente X, Twin Peaks… todas ellas cuentan con una sólida base de fans y no hay ninguna razón por la que parar tras finalizar una trilogía. A finales de la década pasada vimos muchas “cuartas partes” tardías que tuvieron mejor o peor aceptación, pero la idea es que ahora no se pone punto final a una idea hasta que no se la ha estrangulado. Nada se deja a la imaginación, nada queda sin explorarse. El mejor ejemplo de todo esto quizá sea la reciente Terminator: Génesis, donde todo el prólogo es una set piece de CGI destinada a explicar lo que el personaje de Michael Biehn resumió en una frase en la primera entrega en 1984. El público actual no descubrirá que Lando Calrisian perdió el Halcón Milenario contra Han Solo, podrá ver la partida de cartas plano por plano mientras recuerda la conversación en Bespin en El Imperio Contraataca como vínculo con el espectador avezado.
Esa conexión con el espectador es importante, porque sin ella los remakes son absurdos. Michael Caine dijo que sólo los comprendería en películas que hubiesen tenido todas las papeletas para ser buenas pero hubiesen resultado fallidas, no para cintas redondas que todo el mundo admira y disfruta como Desafío Total o la propia Jurassic Park. Pero puestos a hacerlo, hay muchas formas de enfrentarse a la tarea. Un remake busca hacer una película de nuevo con efectos especiales más modernos y actores más jóvenes. Un reboot o reinicio consiste en, además, querer darte secuelas después de eso. Y Jurassic World es una mezcla de ambas.
Parte de la idea de “actualizar” el guión para adaptarlo a los nuevos tiempos y también de la moda de evitar poner un número en su título para no dar la sensación de ser un sacacuartos. Lo hace cambiando Park por World, de la misma forma que hacen los parques temáticos modernos como Disneyworld, y desde luego lo ilustra bastante bien. Vuelve a elegir su público objetivo, una pareja de niños con la que los espectadores puedan sentirse identificados, y los lleva a uno de esos zoológicos inmensos que son muy diferentes a aquel parque primigenio de la película de Spielberg.
Sí, los tiempos han cambiado y el público ya conoce de sobra a los dinosaurios. Sabemos que el triceratops era como un elefante, que el Estegosaurio lucía placas en el lomo, que el Braquiosaurio tenía un cuello de nueve metros de largo, que el Tiranosaurio Rex era el rey pero que los que realmente asustaban eran los velocirraptores. Son animales reales para nosotros aunque el último de ellos muriera hace sesenta y cinco millones de años. Así que diluida la sorpresa, lo mejor que pueden hacer los guionistas es aceptarla. Convertir Jurassic World en un parque funcional que lleva diez años abierto al público y que recibe veinte mil visitantes al día es tal y como son los parques modernos destinados más al uso y abuso de los animales que a su contemplación. Tenemos niños que montan pequeños triceratops o tiran de la cola a los cuellilargos, y también espectáculos acuáticos como el de SeaWorld que tan polémico resulta por su trato con los delfines y las orcas. Es desde el principio más espectacular que todo lo que hemos visto antes porque esa una regla de la industria del cine: las secuelas tienen que serlo para justiciar la venta de la entrada.
Más grande, con más dientes y más “guay” es de hecho el lema del señor Masrani, nuevo dueño de InGen, y la guía para que el doctor Henry Wu diseñe sus nuevos híbridos genéticos. Como la gente está cansada de dinosaurios, tenemos que recurrir cada vez a cosas más absurdas (como el Indominus Rex o una secuela tardía) para mantener el interés. No es casual tampoco que Wu vista igual que Steve Jobs cuando presentaba su nuevo Iphone, porque los dinosaurios nunca han sido considerados menos vivos que ahora. Son como dije antes “activos”, y así es como se los llama.
Nada lo ejemplifica mejor que la escena del Mosasaurio, donde un gran lagarto marino salta del agua para devorar un tiburón blanco, el protagonista del primer blockbuster, dirigido por Steven Spielberg en 1975. Que Spielberg también fuese responsable de la primera Jurassic Park y ejerza como productor de esta última deja claro que lo hacen para demostrar cómo ha cambiado la escala del espectáculo, y que el mayor depredador del mundo marino no es nada comparado con las bestias legendarias… ni con la industria del entretenimiento. El Mosasaurio también es la encarnación de la célebre Pistola de Chejov, una de las reglas del teatro de la que ya hablaré más tarde.
Debido a la fama de la primera película esto no puede ser un remake. Alan Grant o Ian Malcolm son tan conocidos que hay que buscar otras formas de recordar a la original. Partiendo de la banda sonora de John Williams que se suma aquí a los temas propios compuestos por Michael Giaccino, al primer viaje en helicóptero sobre la isla o sustituir el ataque de la Tiranousaurio al coche de los niños por el ataque de la Indominus a la esfera donde viajan los niños es una forma de jugar sobre seguro. Lo mismo con las escenas de la sala de control donde no sólo aparece el inevitable contrapunto cómico, sino que el chico que controla la seguridad del parque sirve para que comparta el punto de vista del espectador. Habla de lo maravilloso y auténtico del primer parque (ya no se hacen películas como antes), y está repleto de guiños como la camiseta con el logo original ese libro de Ian Malcolm que tiene sobre el escritorio.
Pero los auténticos protagonistas son los dinosaurios. Los seres humanos sólo están ahí para explicar la trama, como carnaza o para ser absolutamente detestables como ese Vincent D’onofrio que tan buen papel hace en la serie Daredevil. Aquí interpreta a un militar que está deseando usar a los raptores en operaciones militares aludiendo a su superioridad sobre los drones y a su confianza ciega en su cuidador, Owen Grady. Y es que hay sólo un número de cosas que un dinosaurio fuera de control pueda hacer aparte de comerse a la gente, así que la novedad está en cómo los manejamos. Como ya he dicho, son conocidos y familiares para nosotros e incluso podemos dividirlos entre dinosaurios “buenos” o “malos”. Los raptores, gozan de una gran popularidad a pesar de ser unas auténticas máquinas de matar, así que en esta ocasión trabajamos un poco más en ellos. Les ponemos nombre, desarrollamos una jerarquía y su relación Grady será durante años tema de discusión entre los que la adoran y la detestan. Cabe destacar que Owen no ha domesticado a los raptores, simplemente confían en él y le toleran porque fue al primer ser que vieron al nacer, exactamente igual que John Hammond hacía en la primera entrega. Para los raptores, él es su macho alfa. También da al tráiler el moneyshot, el plano que te vende la película por sí solo y que es el que podéis ver más abajo.
Así que con estos animales (junto con el legendario T. REX) clasificados como “buenos”, sólo podemos ponerles alguien peor, alguien que les obligue a enfrentarse. Ese es el Indominus Rex, un animal que no es un dinosaurio sino una aberración (o secuela, o reboot, o como queráis llamarlo) destinada a hacer dinero. Resulta ser muy inteligente, tanto que es capaz de bloquear su señal térmica o incluso camuflarse de la misma forma que hacían los carnotauros miméticos de la novela original. Logra escapar gracias a un error humano, que no fallo de guión, cuando no son capaces de localizar su rastreador, que más tarde se quitará y dará pie a una escena al más puro estilo Aliens: El regreso, cuando el equipo de contención vaya siendo eliminado y nosotros lo contemplemos todo en primera persona gracias a sus señales vitales y las cámaras que llevan acopladas.
La Indominus es el vehículo para que Claire, tan inmaculada que parece un androide, sea consciente de que esos animales son seres vivos con sus propios intereses. Lo descubrirá en una escena en la que una braquiosaurio agoniza entre los brazos de Owen, que la reconforta mientras el animal rechaza a la mujer. Es una copia de la triceratops enferma de la primera película, pero después el plano se abre para ver cómo la Indominus ha acabado con toda la manada sin comérsela, simplemente porque como dice Owen “mata por placer”. La Indominus, como no puede ser de otra forma, va tras los niños protagonistas de la película, que se han salido del tramo habitual en la esfera para disfrutar de algo menos artificial y estúpido que el recorrido amenizado por los chistes malos de Jimmy Fallon, que se interpreta a sí mismo en una muestra más de lo ridículos que pueden ser estos parques temáticos. Allí es donde vemos un poco más de la inteligencia de este animal, cuando intenta dar la vuelta a un dinosaurio con coraza para poderle morder en sus partes blandas.
No es la única sorpresa. Cuando el personaje de D’onofrio decida usar a los raptores como rastreadores, éstos cambiarán su lealtad al descubrir que el Indominus es en parte raptor. La pregunta es a quién deben mayor lealtad, si a Owen o a su mediohermano. Esto posibilita más escenas de acción en la que podemos tener villanos a una escala humana y no monstruos gigantes que destrozan tejados.
Mientras tanto, el parque entero se ha ido por el desagüe. Los turistas tienen que correr de hordas de pterodáctilos furiosos que atacan lo que se les ponga por delante, incluyendo una muerte sorprendentemente brutal en la que aparece de nuevo el Mosasaurio. Aquí es donde Claire por fin reacciona y dispara balas tranquilizantes a un animal que intenta morder a Owen y tiene lugar el inevitable beso. Es un tópico, diréis, y sí que lo es, por eso incontables películas han jugado con él y dejado claro que en realidad es debido a la adrenalina que sienten en ese momento. Es por eso que cuando en la sala de control el chico decide quedarse, quiere igualar el momento heroico y la chica se echa atrás diciendo:
—Tengo novio.
Decir que esa escena es tan brillante para el espectador como incómoda para los personajes es quedarse corto.
Después de más ejercicios nostálgicos destinados a tocar la fibra del espectador (El arreglo del Jeep, las gafas infrarrojas o el descubrimiento de las ruinas del primer parque), los protagonistas deben huir de los raptores que van eliminándolos uno tras otro. La única razón por la que esto ocurre es para dar al espectador algo que también está deseando: verlos cazar hombres. Como vemos, nuestra relación con ellos es de admiración/miedo, y eso se aprovecha de esta forma. También da la oportunidad de crear una rivalidad entre Owen y la Indominus. No es un cazador que debe abatir a un animal descontrolado, son dos enemigos que se enfrentan al mismo nivel, porque ella le ordena a los raptores que le maten.
De vuelta al centro de mando, descubrimos que Hoskins tiene planes para los raptores. Es muy similar al proyecto que Biosyn, la empresa competidora de Ingen en la primera entrega, tenía con los embriones que le encargaron robar a Dennis Nedry. Pero como los tiempos han cambiado, lo que se busca son sus posibles usos militares. Imagina un grupo de raptores o Indominus Rex lanzándose hacia las cuevas enemigas, animales tan inteligentes que su lealtad es inquebrantable. Un discurso muy parecido al que la compañía Weyland Yutani da reiteradamente sobre los Aliens Xenomorfos, pero lo interesante es que como ya sabemos todo eso, no hace falta ni que acabe de darnos la charla. Delta, el raptor al que ya hemos visto antes que no le caía muy bien el orondo militar, aparece para comerle la mano con la que intenta calmarle. Efectivamente, su lealtad no se puede comprar.
Mientras Owen, Claire y los dos niños huyen de la misma forma que Alan Grant, Ellie Satler y los otros dos niños (incluyendo un genial momento con un holograma de Dilofosaurio que es otra de esas conexiones con el espectador) vuelven a quedarse rodeados por los raptores, como sabemos que les gusta cazar.
Este es el momento en que se pone a prueba quién es más fuerte, si Owen o la Indominus Rex. Blue, la beta de la manada, parece no tener muy claro a quién debe obedecer, pero al final se decanta por su cuidador y enfrenta al monstruo que es sólo en parte raptor. Ya hemos jugado muchas veces con la inteligencia de estos seres, incluyendo un nivel absurdo en Jurassic Park III, pero aquí han decidido equilibrarlo. Es entonces cuando la Indominus comete un error: atacar a Blue y poner así a todos los raptores en su contra, pues Owen dijo al principio de la película que sólo le obedecen gracias a un frágil vínculo que se rompería si decidiera atacarles. De nuevo los raptores cambian de bando y deciden atacar al “malo” de la película. Pero aun así no es suficiente, y es cuando el niño pequeño hace el comentario que da sentido a toda la película:
-Necesitamos más dientes.
La idea de Masrani, la idea de los productores y la idea de toda la industria de Hollywood se resume en hacerlo aún más grande, así que Claire corre hacia el centro de visitantes y abre la puerta del recinto de un viejo conocido, el Tiranosaurio Rex que hasta ahora no hemos visto. La forma en la que está grabado hace que impresione de una forma que no consigue ni el Indominus ni otro animal. Es como un reencuentro con lo que el espectador conoce, y se nota en cómo la Rex emerge lenta y pesadamente de entre las sombras. Claire entonces enciende una bengala, un gran ejemplo de Foreshadowing (elementos simples que cobran una gran importancia al final de la película) y corre con ella para que le siga.
Se ha criticado muchísimo que el personaje de Bryce Dallas Howard sea capaz de aguantar el tipo corriendo con tacones, y quiero explicar no sólo por qué debería daros igual, sino por qué es importante que los lleve. Durante toda la película Claire ha llevado un blanquísimo traje de ejecutiva que le desconecta de la sudorosa y brutal realidad de la jungla. Ensuciándoselo cada vez más y atándoselo a la cintura demuestra que le importa más encontrar a los niños que toda la burocracia del parque, algo que ha tenido que ir descubriendo poco a poco. Incluso Owen hace un chiste acerca de lo poco que duraría con esos zapatos tan ridículos, y sin embargo esta es la segunda vez que la vemos correr. Lo hace sola, sin esperar que nadie se pare a ayudarla, como nos muestran a mitad de la película en el ataque de la Indominus y donde incluso adelanta a Owen. Los tacones son uno de los símbolos del personaje, la constatación de que puede abrazar su femineidad, ser independiente y resolver sus propios problemas. Y si pensáis que es muy exagerado os recuerdo que está guiando a un monstruo gigante para luchar contra otro monstruo gigante.
Es muy inteligente haber dejado al T. REX hasta el final, porque el público realmente quiere verlo. Como su nombre indica, es el rey no sólo de los dinosaurios, sino de la franquicia. Es King Kong, ha actuado tanto como de carnívoro de personajes despreciables como de salvador involuntario a última hora de personajes buenos y Claire lo utiliza no sólo para posibilitar una pelea final. Necesitamos ver al bueno triunfar, necesitamos reencontrarnos con él y olvidar aquel absurdo intento de reemplazarle por un soso Spinosaurio. Así que regresa en el momento justo destrozando un esqueleto que no por nada es el de su rival de la anterior película, demostrando el poder de la imagen, de la conexión con el público y que él es el auténtico rey de los monstruos.
Y no sólo eso, sino que efectivamente, es King Kong.
La lucha final hace justicia a la Monster Movie que es. Los dos animales gruñen, rugen, se muerden del cuello y lanzan contra todo lo que encuentren a su paso, y aun así, la cabrona de la Indominus es capaz de aplastar a la Rex y dejarla moribunda. Cuando está a punto de ganar, oímos un familiar graznido y vemos a Blue, la última de los raptores, corriendo hacia ellos y uniéndose a la pelea. Lo que sigue es una carnicería llena de chispas destinada no sólo a matar al Indominus sino a destrozarle, a recordarle a todos, incluyendo los que ven la película, quién manda ahí. Es un cierre perfecto en el que os recuerdo lo que os dije antes de la Pistola de Chejov, que es una de las reglas del teatro que dice que si en el primer acto de la obra hay una pistola… en el tercero debe dispararse.
Que el Mosasaurio salte es también la encarnación literal del término Jump the Shark, que significa “saltar el tiburón” y que viene a decir que hemos llegado al límite al que podemos llevar la cinta, su momento más exagerado y absurdo donde a partir del cual ya no puedes hacer nada más. Por eso ocurre justo al final, porque cualquier cosa que pasase de esa sorpresa breve y espectacular sería ridícula. La Indominus muere y algunos espectadores ven absurdo que la Rex y Blue hagan “las paces”, pero vamos a pensar que simplemente están cansadas y no quieren ir más lejos. Lo que sí es cierto es que la raptor parece buscar la aprobación de Owen y luego perderse en las profundidades de la isla, llevando la película al final.
Como vemos, Jurassic World no es una película perfecta, pero es sorprendente lo bien que están utilizados sus recursos narrativos y en la que sólo sobra la inevitable trama de divorcio parental marca Spielberg. Saben lo que hacen para que este remake funcione y la taquilla habla, junto con la opinión del público, por sí misma. Existen muchas películas que intentan revitalizar franquicias destrozando la magia de las entregas originales y sustituyéndola por escenas de acción y personajes digitales, o por absurdas decisiones que destrozan el resultado final, como Fantastic Four. En el caso de esta nueva entrega de los dinosaurios de isla Nublar, puede de
+cirse que han aprobado con nota y dejado la puerta abierta a una secuela que llegará en 2018. Es difícil imaginar qué pasará a continuación, porque sólo hay un número limitado de veces que los dinosaurios puedan romper las verjas antes de que se vuelva aburrido, pero ahí radica la gracia del reencuentro entre Owen y Claire, donde dicen que deben permanecer juntos para sobrevivir, y que conecta con el plano final de la anciana T. Rex rugiendo desde lo alto de la isla, indómita una vez más. Un plano que resume muy bien la idea que hace veinte años postuló Ian Malcolm:
La vida se abre camino.