‘Orange is the New Black’ – La vida en una cárcel de mujeres

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La televisión se ha convertido en los últimos años en la principal fuente de entretenimiento gracias a las series. Plataformas como Netflix o sistemas como las descargas están dando mucha vida a productos cada vez más arriesgados y espectaculares, de una calidad que, en ocasiones, deja atrás a algunas de las más publicitadas películas del momento. Pero esto tiene también un lado malo. Las audiencias mandan y las cadenas no se cortan a la hora de aplicar la guadaña con series que no alcanzan los espectadores requeridos, a veces de forma un tanto injusta. Como con todo, creo que ahora estamos saturados de series y he dejado de ver muchas de ellas. Algunas, como The Walking Dead, Sobrenatural o Juego de Tronos recurren a estructuras propias de culebrones y se sustentan más por el fandom que su calidad en sí, mientras que productos no sólo más personales, sino de una calidad impresionante como Hannibal, luchan cada semana para arañar algo de audiencia que les salve de la quema.

Es por eso que he dejado de ver muchas series, y me limito a unas pocas que me interesan, huyendo del típico material que encontraremos en Tumblr y entendiendo, como digo mucho últimamente, que ver una serie no implica que tenga que conocerme todos los líos del rodaje, adaptaciones, y verme todos los gifs al día siguiente. En ese sentido, una de las pocas que me ha interesado recientemente es Orange is the New Black, un proyecto en principio menor que ha acabado su primera temporada dando un puñetazo sobre la mesa.

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Por supuesto, la serie está basada en la novela de mismo título escrita por Piper Kerman, que relata cómo fue su estancia de trece meses en una prisión de mínima seguridad por un delito menor de narcotráfico. Como siempre me ha gustado el cine carcelario, lo que me interesaba y sorprendió gratamente es el enfoque diferente que le iba a dar a la historia. Por primera vez, no son presos en un pabellón de máxima seguridad quienes traman una fuga o luchan contra el sistema. En Orange is the New Black no hay celdas, ni capos mafiosos, ni violadores o personajes muy parecidos a los de Prison Break, sino personas normales y corrientes cuyas vidas les han llevado a prisión. Además, estos personajes son mujeres, un sexo que en las últimas décadas ha aumentado su presencia en prisión y sobre el que se ha hablado poco y muchos menos de forma fiel. Habiéndolo vivido, Kerman es capaz de describir con detalle no sólo cómo es estar allí, sino cómo son las personas que se encuentran internas y el trato que tienen con los funcionarios. No sólo los típicos temas sobre la privación de la libertad, sino los prejuicios raciales, las relaciones entre los propios presos o temas tan sencillos como la forma en la que se duchan o van al baño. El enfoque de la serie pasa por dramatizar algunas historias, pero un gran punto a su favor es no perder de vista el realismo y centrarse en personajes, consiguiendo que, al menos por una vez, las mujeres que veamos en pantalla sean reaistas.

Uno de los mayores problemas de la ficción es que los personajes femeninos siempre son complementos de uno masculino y se limitan a desempeñar roles pequeños y arquetípicos: La damisela en apuros, la madre, la compañera sentimental, etc. Pocas veces se les da profundidad y se los trata como seres humanos completos cuyos temas de conversación no tienen por qué girar alrededor de un hombre. Al explorar las vidas de cada una de las reclusas, empatizamos con ellas y dejamos de verlas como montones de carne, lo que le hace un gran favor a la ficción ya que a partir del tercer capítulo, sólo necesitas un pequeño arranque y los personajes cargan por sí solos con la historia. Y además, abren todo un nuevo mundo de posibilidades. Exploran las relaciones de pareja, no sólo mientras están separados por las verjas de la cárcel, sino también temas como el lesbianismo o la transexualidad sin convertirlos en chistes o tópicos andantes. No hay escenas de sexo innecesarias para dar carne a la audiencia, sino que sirven a un propósito, el presentarnos a estas mujeres como personas con sus propios sentimientos y en control de los mismos.

Pero lo mejor es que logran un perfecto equilibrio entre humor y drama con gran facilidad, partiendo de propuestas sencillas y diálogos acertados. Capítulos como el del pollo superviviente, reclusas como Crazy Eyes o la iluminada religiosa Pennsatucky o escenas como las de la secadora son un gran ejemplo de cómo los personajes pueden dar ritmo y vida a un argumento casi inexistente, y sobrevivir con nota.

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En realidad, si hay que buscarle un fallo a la serie, creo que podría ser el hilo argumental del novio de Piper Chapman, interpretado por Jason Biggs, y que si flojea es porque todo lo demás es increíble y está realizado con frescura, gracia y talento, y te interesa más ver el día a día en la prisión y donde Piper encuentra a una antigua novia que fue precisamente quien le metió en problemas con la justicia. Orange is the New Black es una gran serie que recomiendo ver dejando de lado Twitter y demás comentarios, sentándonos a pasar un buen rato y distraernos mientras esperamos su segunda y tercera temporadas, que ya están en camino.

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