Stanley Kubrick nunca ha sido mi director favorito, pero desde que tengo uso de razón hay una imagen de sus películas que se me quedó grabada en la cabeza: la muerte del recluta patoso en los baños del barracón con su propia arma en La Chaqueta Metálica. Sólo por eso, ya merece la pena escribir sobre la visión del director sobre la guerra de Vietnam, una cinta de la que se ha hablado mucho, que tiene admiradores y detractores a partes iguales, y que la acusan de flojear en su segunda mitad, justo a partir del momento en el que, con la muerte del recluta, finaliza también la instrucción.
En lo que a su representación en el cine se refiere, la guerra de Vietnam es muy diferente a la Segunda Guerra Mundial. En la segunda tenías un villano muy claro ataviado con todo tipo de parafernalia fascista. Los nazis simbolizaban todo lo malo y eran una amenaza para el mundo. Pero en los años setenta, con plena revolución social y sexual, el conflicto de Vietnam era muy diferente. El pueblo estadounidense no veía lógico tener que ir a otro país a masacrar unos pobres asiáticos, y si bien el comunismo era el coco de aquella época, se trataba de un enemigo bastante impreciso. Lo que todos recuerdan eran los alistamientos forzosos, los soldados que iban allí a morir y los hijos de los vecinos que regresaban a casa metidos en un cajón de madera. Ya cuando hice el análisis de la serie Aquellos Maravillosos Años dejaba claro que la guerra de Vietnam tuvo un gran impacto en sus vidas.
Lo malo de cintas como esta es que parece que muchos buscan La Película Definitiva sobre el conflicto, y la enfrentan siempre con Apocalypse Now, de la que ya hablaremos dentro de poco y retrata el mismo enfrentamiento bélico de una forma mucho más profunda. Quizá se deba a que ambas se centran también en el viaje al infierno de un grupo de soldados, pero La Chaqueta Metálica lo hace desde el momento mismo en el que se alistan mostrándonos cuál era el proceso en el que chicos de todo el país eran cincelados hasta crear esas máquinas nacidas para matar, como ellos mismos se denominaban.
Desde el principio, no va a darnos un respiro. Decenas de cabezas rapadas nos dan la sensación de pérdida de la individualidad, convertidos en aspirantes a marines bajo la instrucción del memorable sargento Hartman, que escupe durante unos veinte minutos en los que los demás personajes apenas hablan. Su forma de instruir es dura y hasta brutal, pero al ser el que le interpretaba un auténtico marine, suponemos que hay bastante realidad en su método. Método que consiste en gritar, anular, humillar y deshumanizar a los cadetes, poniéndoles motes que reemplazan a sus nombres, controlando hasta el momento en el que se meten en la cama y revisando aspectos mínimos de su comportamiento. La excesiva disciplina puede llegar a ser dura para algunos, como el famoso recluta Patoso, quien vemos que es incapaz de seguir el ritmo del resto del pelotón y empieza a lastrarlos, consiguiendo que todos se vuelvan contra él.
Sin alardes visuales, sin escenas enlazadas, con un estilo tan directo que puede incluso llegar a resultar molesto, el sargento Hartman nos sigue mientras somos testigos de cómo por más que lo intente, Patoso siempre se quedará atrás y sólo demuestra cierto talento a la hora de disparar. Es una verdad incómoda que en la guerra, los mandos militares estaban tan deseosos de encontrar carnaza que permitieron que se alistaran jóvenes que no hubiesen pasado el examen médico en condiciones normales. Quizá Forrest Gump o el propio recluta patoso eran ejemplos de estos chicos algo retrasados que, por cierto, cayeron como moscas nada más llegar a Vietnam. No es el caso de Patoso, quien protagoniza la célebre escena de los baños en la que mata al instructor antes de suicidarse. Da igual cuántas películas bélicas visiones en tu vida, jamás olvidarás ese momento.
Muchos son los que dicen que La Chaqueta Metálica se divide en dos partes. No es cierto, lo hace como toda película, en tres actos. El primero sí es el entrenamiento de los soldados, pero el resto no es un bloque compacto. El segundo nos cuenta cómo son enviados a Vietnam y separados del pelotón. El recluta Bufón es destinado al periodismo del campo de batalla, lo que consiste en escribir historias que levanten la moral a los soldados. Allí es donde choca con el resto de soldados que están ya deshumanizados por el combate y que desde luego han perdido de vista la razón por la que supuestamente se encuentran allí.
– ¿Crees que luchamos por la libertad? Esto es una matanza. Si me van a reventar las pelotas por una palabra, mi palabra es: Putada.
Son marines que odian a los amarillos, que se acuestan con sus prostitutas y que, como repetirán muchos soldados reales a lo largo de los años, no entienden por qué un pueblo al que han ido a ayudar les odia tan profundamente. Las escenas no son demasiado espectaculares y sólo vemos un tanque o dos, pero lo que importa es el ejercicio de dualidad (en sus propias palabras) del recluta Bufón, con un casco que dice “nacido para matar” y una chapa del símbolo de la paz.
Hasta ese momento, Bufón logra mantener un poco de distancia con el frente y no se ve afectado por él de la misma forma que los demás. Quieren entrar en combate porque al fin y al cabo para eso están allí, pero a la vez les aterra que eso pueda pasar. Hay un momento en el que un soldado está enfrentándose a un grupo de vietnamitas y dispara desde la distancia justo cuando asoman un par de ellos, que caen abatidos, y él mira a su alrededor como sin llegar a creerse que acaba de matar a alguien, y que ya es un soldado con muescas en su fusil.
El tercer y último acto tiene lugar cuando el pelotón es atacado por un solo francotirador que utiliza la táctica de dejar a un hombre herido en campo abierto, para así ir eliminando a los que vayan a rescatarle. Esto hace que los soldados, en especial el interpretado por Adam Baldwin, pierdan el control y nos demos cuenta de que ya no hay democracia, ya no hay cadena de mando, ya no hay nada que nos recuerde a un mundo civilizado, sólo un pequeño escenario de hormigón y un francotirador al que los personajes van a matar. Y por eso está ahí, porque ya hemos visto la instrucción del recluta y su contacto con el frente, y ahora tenemos que cerrar su bajada a los infiernos. Porque cuando llegan hasta allí no se encuentran más que con una niña armada con un rifle que es quien ha matado a tres de ellos. No se trata de un soldado de uniforme gris, como los nazis que pensaron que tendrían que derrotar, ni siquiera pertenece a un ejército regular, se trata de una niña que hace que nos preguntemos qué habrá tenido que pasar para llegar a eso. Lo peor es que el pelotón no siente lástima ninguna por ella, ni se paran a pesar en que la guerra es algo demasiado sucio. Cuando el recluta Bufón le remata de un disparo, ya es uno más, deja de jugar con su dualidad para convertirse en una máquina de matar. Es un relato mucho más sucio y menos poético que Apocalypse Now, más sobrio y directo, pero igualmente impactante de una de las manchas más negras en la historia reciente americana.
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#1 por Sergio Reina el 30 marzo, 2014 - 03:26
Peliculón¡¡¡ Estupenda reseña¡¡
#2 por vini el 30 marzo, 2014 - 22:57
Estupendo analisis, ahora a esperar el de apocalypse now