La jornada de ayer estuvo repleta de connotaciones sexuales, explicitas, implicitas, manifestándose de forma violenta o cruel aunque también en sus vertientes más infantiles, o digamos, más inofensivas. Vamos a ello.
«Mientras Duermes», el Balagueró más sobrio y contenido.
Para los que quieran esquivar el grosor del texto, ya os digo que me parece la mejor película de Balagueró, y no es que le considerara un director mediocre precisamente. Esta película se nutre de antecedentes como Hithccock o Polanski (el de «el quimérico inquilino» para ser exactos, aunque sin la dosis surrealista) y lo hace sin perder en ningún momento el tono. Todos, o si más no, los que conocemos la trayectoria de Balagueró, se nos antojaba como mínimo un clímax final repleto de sangre y violencia (como viene siendo costumbre en su cine), pues bien, y a efectos de no querer que ninguno de nuestros lectores se sintiera defraudado en este sentido, os diré que no. Es una historia con muy contados estallidos de violencia, es una película sumergida de corte clásico, donde las tensiones se nutren de la oscura capa que cubre al personaje de César (un brillante Luís Tosar, para variar), que viene a ser un amargado conserje cuyo único propósito en la vida es hacer sentir de la misma forma a los demás. Y no, ante todo, NO es un psicópata,no estamos ante el típico retrato polarizado con carácteres extremos, ni ante un personaje con un brillante plan ni una inteligencia única, sino ante una muestra de lo que ocurre cuando un ser humano «corriente» pretende hacer realidad esas pequeñas miserias que viven con nosotros en el día a día, como la envidia.
A medio paso entre la realidad y la fábula (¿podríamos calificar su final de «happy ending»?), esta película viola la intimidad del espectador, con situaciones grotescas pero a la vez verosímiles y hasta cierto punto plausibles. Además, no pierde en ningún momento el punto de vista de César -algo no tan común en el género- , en este caso el «malo», y hace que por momentos nos planteemos realmente de parte de quien estamos, pues sus sombras son tan humanas que no podemos evitar una cierta empatía en muchos sentidos, y en ocasiones nos podremos ver sufriendo por él. La, digamos, caperucita de la función, el haz de luz en este oscuro relato se ve interpretado por Marta Etura con un personaje trazado a grosso modo, al fin y al cabo no vamos a profundizar en ella, pero que resulta del todo verosímil. El guión firmado por Alberto Marini es un ejemplo de temple, de saber orquestrar un crescendo muy regulado, sin golpes de efecto metidos con calzador, que sumada a la ya natural pericia de Balagueró por crear ambientes insanos, se nos antoja una muy grata combinación. Pese a eso no puede evitar ciertos cabos sueltos que resienten el conjunto -como una trama secundaria entre el personaje de César y su madre-. El fallo de la mayoría de las películas de Balagueró -para el que esto suscribe, y refiriéndonos a su etapa anterior a REC- residía en sus tramos finales en esos excesivos estallidos de violencia que normalmente rompian el tono ejercido hasta entonces, con un crescendo que siempre apostaba por la sutilidad. Con esta película parece haber «redimido» éste pecado y dejará impronta, de nuevo, como el director de género tal vez más prestigioso de nuestro país.
«Guilty of Romance», los límites del deseo.
La última película del siempre controvertido Shion Sono se basa de nuevo en un caso real, el de un asesinato grotesco que aconteció a mediados de los 90 en el barridistrito donde se concentrar los «hoteles del amor» de Tokyo. A medida que vamos juntando las piezas del rompecabezas vamos desenmascarando a la protagonista de nuestro relato: una apacible y extremadamente dócil ama de casa (una absolutamente entregada Miki Mizudo) que casi por accidente -como siempre suelen pasar estas cosas- se adentra en el mundo del modelaje, y poco a poco va sucumbiendo a una espiral de depravación absoluta que se convertirá en su única via de escape a una vida vacía y sin sentido.
Estamos ante una tour de force en toda regla, con la degradación paulatina de un personaje que podriamos calificar de anodino hasta convertirse en un monstruo. Es hasta cierto punto muy interesante ver como el director disecciona el concepto más oscuro de la pasión, desde las pulsiones más básicas y animales, y como los tabúes -en este caso, el extremo opuesto- no hacen más que retroalimentar ese fuego interno, que nunca encuentra la forma idonea de expresarse y estalla violentamente. Evidentemente, hay ciertas actitudes -en lo referente a la sumisión y la docilidad propias de los japoneses- que van a distanciar la mirada del espectador corriente a éste lado del mapa. Y esa es una sensación que no se desprende del espectador durante toda la película, así que resulta muy dificil integrar esta película al nivel que el discurso de ésta necesita.
Como puntos positivos, podriamos destacar la encomiable labor de sus protagonistas, en uno de esos papeles que los actores reconocerían como un «reto»; la mirada de Shion Sono, que deja de lado el morbo fácil y se adentra sin maniqueísmos en esta controvertida temática. Pero en la contra, nos encontramos con un tramo final muy redundante, excesivamente largo, con un discurso que se nos repite una y otra vez y que no aporta nada nuevo; un lirismo un poco rimbombante, con un acompañamiento músical -tradicional japones- que no en pocas ocasiones satura y resulta innecesaria, y que en esos momentos parece conspirar para incrustarnos cierto halo poético que dilapida la mirada fria y cruda de la mayoría de sus pasajes.
En conclusión, una película con la que si se logra conectar puede ser una dura patada, pero que dados los carácteres extremos -tanto de donde vienen como a donde van- de sus personajes puede resultar más como una interesante reflexión acerca de la naturaleza del deseo que no como un relato que podamos vivir en nuestras carnes, de una forma más próxima y visceral.
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En la próxima entrega os hablaré de la maratón de la madrugada del sábado que fue, casi literalmente, un festín de tetas. Como anecdota, os diré que hoy haciendo cola para recoger un ticket de prensa, tenia delante mio a Carlos Areces y a su compañero de Ojete Calor, con los que he mantenido una animada conversación. Matando el tiempo que se dice.
Desde Sitges y con amor,
Fdo:Moutache