Siempre me ha resultado de lo más interesante esa especie de veneración que los ciudadanos estadounidenses han sentido por algunos delincuentes de los años 30.
La época de la Gran Depresión sirvió de escenario a grandes leyendas del crimen como la pareja Bonnie Parker y Clyde Barrow o como el ladrón de bancos John Dillinger. Sus fechorías (difundidas por la prensa, la radio y los noticieros) despertaban la simpatía de sus conciudadanos que seguían con atención unas andazas que llevaban de cabeza a las autoridades. De ahí que fueran catalogados como “enemigos públicos”.
“Enemigos públicos” (valga la redundancia) toma como protagonista la figura de John Dillinger para narrarnos parte de la vida de uno de los iconos más famosos de la historia delictiva de los Estados Unidos y mostrarnos una de las persecuciones más encarnizadas que se han llevado a cabo contra un criminal.
En un momento en el que la gente sufría las penurias de una grave recesión económica, Dillinger desvalijaba bancos en menos que canta un gallo y siempre conseguía, junto con su banda, huir indemne del lugar de los hechos. El mito estaba servido: un hombre del pueblo desplumando a los todopoderosos banqueros. Cómo resistirse, teniendo en cuenta la desastrosa situación económica que estamos padeciendo (en parte causada por esos avariciosos banqueros que mueven el mundo), ante los “hachazos” monetarios que ese enemigo público inflingía a los “ricos”. De algún modo es fácil sentirse identificado con los norteamericanos que veían a ese delincuente como un héroe.
Aunque le detuvieron en algunas ocasiones y fue víctima de varias emboscadas, ese ladrón al que comparaban con Robin Hood, lograba escapar ante la desesperación de la policía. Fue J. Edgar Hoover, el famosísimo director del FBI, el que encargó al agente Melvin Purvis la caza y captura del conocido ladrón.
Pero la película de Melvin Purvis no sólo recrea estos hechos, sino que también se detiene (de forma superficial) en la historia de amor que unió a Dillinger con Billie Frechette. Pero que nadie se equivoque: no estamos ante un pareja clónica a Bonnie y Clyde, puesto que Billie nunca participó en las escaramuzas de su novio.
Michael Mann utiliza un ritmo frenético en la mayoría de las secuencias, de suerte que casi presenciaremos más robos, persecuciones y disparos que conversaciones. En este sentido echo en falta más profundidad a la hora de caracterizar a un personaje tan atractivo como es Dillinger y lo mismo ocurre con Purvis. Una historia tan atrayante como es la del enfrentamiento entre la encarnación de lo delictivo y de lo legal está francamente desaprovechada.
Sé que el gran reclamo de “Enemigos públicos” (2009) es la participación de dos pesos pesados como Johnny Depp (John Dillinger) y Christian Bale (Melvin Purvis) pero, no sé, me da a mí que no han sudado demasiado la camiseta. No me convence la relación que se establece entre ambos y no me parecen verosímiles unos actores que se pasean por la película sin mostrar un ápice sus sentimientos. Se comportan como individuos legendarios (que lo fueron), pero qué gran acierto sería verlos también como seres humanos. Y es que ahí radica lo que sería una de las bazas importantes de un cinta como la que nos ocupa: que yo también me crea a Dillinger como héroe, que sufra con él, que desee que escape… Por eso tengo la impresión de que a esta película necesita algo más para ser redonda, necesita emoción.
Si algo hay que reconocerle a esta historia es la cuidada ambientación de la que hace gala y que nos retrotrae inmediatamente a esa convulsa década de los 30, pero me huele todo a demasiado prefabricado y orquestado. “Enemigos públicos” no posee el encanto, la magia, la frescura y la credibilidad de otras películas (muchas de ellas en blanco y negro) que, con menos medios y sin actores de “diseño”, conseguían hacerte vibrar.
Junto a Depp y Bale encontramos a Marion Cotillard (ganadora de un Oscar, un BAFTA, un César y un Globo de Oro por su interpretación de Edith Piaf en “La vida en rosa” -2007-) como Billie Frechette. Su papel es más bien breve, pero es la única que demuestra (en ocasiones) ser “de carne y hueso”, sobre todo en la interpretación realizada en la escena final.
Que nadie se tire de los pelos leyendo esta reseña porque, a pesar de mis objeciones, el ritmo trepidante de “Enemigos públicos” no aburre en ningún momento y posee alguna que otra escena que no puedo dejar de calificar como soberbia. Es precisamente la que se desarrolla junto al Biograph Theater de Chicago (y de la que no voy a desvelar nada) un claro ejemplo de lo afirmado. Y es que en ella la tensión es palpable, en ella sí hay emoción.
Se rumorea que “Enemigos públicos” puede ser candidata a la Mejor Película en los Oscar del año próximo e, incluso, algún que otro crítico ya la está calificando de obra maestra. No os dejéis engañar: aunque es un película más digna que muchas de las que llegan a nuestras pantallas, para llegar a obra maestra le falta mucho, mucho, mucho…
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