En 1914, el coleccionista, marchante y crítico de arte alemán Wilhelm Uhde traslada su residencia a la pequeña población de Senlis (Francia) huyendo del bullicio de París. Completamente solo, Uhde sólo se relaciona con su oronda sirvienta Séraphine Louis: una mujer de más de 40 años, que suele ir descalza y que sobrevive limpiando las casas y lavando las sábanas de algunas familias pudientes.
Un día Uhde es invitado por su casera, la señora Duphot, a compartir mesa con algunos artistas del lugar. El coleccionista se muestra silencioso y aburrido hasta que un pequeño cuadro que representa unas manzanas llama su atención. Cuando solicita el nombre de su autor, cuál será su sorpresa al enterarse de que la responsable de ese bodegón es Séraphine.
Este es el punto de partida de “Séraphine” (2008) de Martin Provost, un biopic que nos relata el descubrimiento de una de las pintoras naïf más sorprendentes que no pudo disfrutar del todo la relativa fama que alcanzó.
Sin ningún tipo de formación artística, Séraphine asegura que su ángel de la guarda se le apareció y le dijo que debía dedicarse pintar. Para ello, y debido a sus escasas posibilidades económicas (vive en un oscuro cuchitril que apenas puede costearse), la artista fabrica la mayor parte de sus propias pinturas utilizando materiales tan curiosos como sangre, barro o la cera líquida que “roba” de las velas de la iglesia y que mezcla con pintura blanca adquirida en una tienda del pueblo.
La Primera Guerra Mundial, que provoca la huida precipitada del coleccionista alemán, trunca durante 13 años la relación comercial entre Séraphine y Wilhem. Posteriormente, la Gran Depresión afecta a las finanzas de Uhde que debe dejar de comprar las pinturas de su protegida y posponer su presentación en París. Paralelamente, se agudizan en extremo los problemas psíquicos que la artista siempre había presentado y que la llevan a ser internada en el asilo de Clermont.
Pero en la opinión que me merece la cinta del director francés, tiene mucho que ver la inigualable interpretación de la actriz belga Yolande Moreau (“Sans toit ni loi” de Agnès Varda) que le valió un premio César a la Mejor Actriz. Su trabajo es soberbio dando vida a una inestable mujer que nunca acabó de ser consciente de su talento y que no supo (o mejor, no pudo) soportar el cambio que supuso en su rutina el comenzar a disfrutar de un cierto reconocimiento y de mayor poder adquisitivo.
Su extraña comunicación con los árboles, sus cánticos mientras pinta, su andar torpe, sus pies desnudos, sus expresiones casi infantiles y su progresivo deterioro físico y mental: Moreau es capaz de trasladarnos todas estas características con sorprendente credibilidad.
Junto a Moreau aparece el actor alemán Ulrich Tukur (al que también pudimos ver en “Solaris” (2002) de Steven Soderbergh, “Arcadia” (2004) de Costa-Gavras o “La vida de los otros” (2006) de Florian Henckel Von Donnersmarck) que lleva a cabo una conmovedora interpretación del papel de Udhe.
La BSO de Michael Galasso (ganadora del César a la Mejor BSO) cumple su papel a la perfección. Cimentada en la utilización de los violines, sus desgarradas notas complementan las imágenes de los peores momentos de la protagonista.
Triunfadora en la pasada gala de los premios César con siete galardones (Película, Actriz, Guión Original, Fotografía, BSO, Vestuario y Decorado), “Séraphine” es una verdadera delicia para los sentidos (seamos o no amantes de la pintura). Con una excelente ambientación y rodada en maravillosos parajes naturales, es una pequeña joya a la que vale la pena sucumbir, aunque sólo sea para descubrir a una curiosa artista (de vida extraordinaria) poco conocida para el gran público.
–
Para ver la ficha de la película, pincha aquí
–