Antes de ver “Revolutionary Road” (adaptación de la famosa novela homónima de Richard Yates) me planteé seriamente si esta película me hubiera interesado en el caso de que su director y sus protagonistas hubieran sido prácticamente desconocidos y la respuesta fue clara y contundente: no. Sin embargo, el hecho de que al frente del proyecto estuviera Sam Mendes y que su actor y actriz principales fueran Leonardo DiCaprio y Kate Winslet (que últimamente va de premio en premio) era un reclamo que, sinceramente, no ha cumplido para nada las ¿expectativas? iniciales.
Frank (Leonardo DiCaprio) y April (Kate Winslet) Wheeler son un (aparente) feliz matrimonio con dos hijos que vive en Revolutionary Road, una calle de un barrio residencial de las afueras de Connecticut. Aunque superficialmente poseen todo lo que una joven pareja puede desear, basta adentrarse en el salón de su casa y escarbar ligeramente para observar que nada es lo que parece. April deseaba ser actriz, pero ha debido conformarse con el escenario que conforma su cocina. Por su parte Frank, se desplaza cada día hasta el centro de la ciudad para dejarse aplastar por un monótono trabajo ante el que reacciona con suma apatía y donde lo único que le saca de su marasmo son sus escarceos amorosos con una secretaria. Sin embargo todo cambia cuando April le plantea a su marido la posibilidad de darle un giro de 360 grados a su asfixiante situación y trasladarse a vivir a París. Esta nueva ilusión provocará un cambio radical en la vida de ese matrimonio edificado sobre la mentira y la hipocresía. Un embarazo no deseado de ella y un inesperado ascenso en el caso de él volverán a tambalear los frágiles pilares sobre los que se sustenta la pareja.
Lamentablemente Mendes necesita casi dos horas para contarnos una historia que podría haberse despachado en poco menos de hora y media y (en mi caso) una llega a cansarse de tanto grito y mal rollo. Y es que “Revolutionary Road” (2008) reproduce la repetitiva estructura semicircular bronca-infidelidad-reconciliación-bronca-infidelidad-bronca de la que elimino (para evitar destripamientos poco deseables) el factor final.
Con tan exiguo argumento que moldear es lógico que gran parte de potencial resida en las comentadas (y, en ocasiones, celebradas) interpretaciones no sólo de sus protagonistas, sino también de los secundarios que incluyen, entre sus filas, una nominación.
Sin embargo, la “titánica” pareja DiCaprio-Winslet que encandiló (o repelió) a medio mundo hace ya más de diez años, no me la acabo de creer demasiado. La Winslet sí que da el pego como ama de casa guapa y servicial, pero DiCaprio como padre de familia no me convence porque, aunque ya se encuentra en la treintena, todavía conserva esos rasgos aniñados que causaron furor entre las adolescentes de los años 90. En cuanto a sus respectivas interpretaciones todavía no he podido decidir si me han gustado o no y comienzo a tener serias dudas de que gritar mucho y muy alto sea sinónimo de “bordar el papel”. Contundentes sí son, pero llegan a saturar.
Luego aparece Kathy Bates (a la que prefiero con “cara de mala” como en “Misery” o en “Eclipse total”) esa vecina plasta que anuncia casi todas sus entradas en escena con un horrible “¡yuhu!” y cuyo hijo John (el nominado Michael Shannon), un matemático con graves problemas mentales, se erige en la forzada e innecesaria voz de la conciencia de los protagonistas.
Una de las nominaciones menores que atesora “Revolutionary Road” es la de Mejor Dirección Artística. Y es cierto que se recrea a la perfección el ambiente propio de los años 50, aunque sigo teniendo la fría sensación de que los decorados y los ambientes mostrados parecen tan prefabricados como los de “El show de Truman” o “Pleasantville”. Además, esas habitaciones impolutas en las que la presencia de los hijos (¿por qué se les da tan poca importancia?) del matrimonio brilla por su ausencia, me parecieron demasiado artificiales. Imagino que, tal vez, la calidez familiar característica de una casa se torna en algo gélido ante el drama vital que asola a los Wheeler.
Película que me ha hecho recordar eso de que “ni chicha ni limoná” y que, por más que la Winslet (o Sra. Mendes) se haya llevado un Globo de Oro; que su partenaire sea el siempre prometedor DiCaprio y que Sam Mendes dirija todo el este cotarro, ninguna de estas tres premisas diluyen esa “delgada línea” que separa una buena película de una más del montón.
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#1 por Snake el 19 febrero, 2009 - 21:23
Pocas ganas tengo de ver esta película. Aunque con la Winslet igual me animo.