Resulta de lo más socorrido utilizar la manida frase “el libro es mejor que la película” cuando nos referimos a una cinta cuyo argumento se ha basado en la obra literaria de algún escritor/a. Lo que olvidamos es que muchísimas de las cintas que visionamos utilizan y adaptan historias ya escritas por otros/as. La diferencia radica en el hecho de que algunas de esas obras literarias son conocidas por el gran público y otras no. Pienso en estos momentos, y a modo de ejemplo, en “El perfume” de Patrick Süskind cuya adaptación al cine hizo correr ríos de tinta antes y después de su estreno, ya que la novela en la que se basaba había sido un éxito editorial y, lógicamente, mucha gente podía opinar sobre la dualidad película-novela y sobre el buen o mal hacer de Tom Tykwer, su director.
No sé si Philip Roth es un autor medianamente conocido en este país, así que se puede afrontar la opinión sobre “Elegy” (2008) desde dos puntos de vista: el de la persona que nunca ha leído nada de Roth y la de aquélla que, al menos, se adentró en la lectura de “El animal moribundo”, novela que sirve de base argumental a la última película de Isabel Coixet. Yo voy a optar por esta segunda opción.
Valga a modo de introducción comentar lo (des)afortunado del título escogido porque podría llevar a error a los seguidores de Roth, puesto que éste tiene otra novela titulada precisamente así, “Elegía”. A pesar de ello, ciertamente la película es un largo lamento por algo que se ha perdido (la juventud) y, por lo tanto, la elección de “Elegy” no va desencaminda del todo.
Si partimos del hecho de que la novela de Roth no llegó a entusiasmarme del todo (de hecho no me han entusiasmado ninguna de las obras que he leído de él, si exceptuamos la hilarante y surrealista “El pecho” y la desoladora “Patrimonio”), la lógica libro bueno-película mala dicta que “Elegy” me haya gustado aún menos y en parte es así.
Si algo debo reconocerle a Roth es la inquebrantable fidelidad a sí mismo que destilan sus novelas, algo que no he observado en Coixet. Considero que tanto Roth como Coixet son creadores (cada uno en su género) algo sobrevalorados, pero mientras uno me inspira mucho respeto la otra (casi) no me merece el más mínimo.
Sí, “Mi vida sin mí” (2003) me pareció una película más que aceptable (maravillosa la escena en la lavandería), pero “La vida secreta de las palabras” (2005), salvando a los magníficos Sarah Polley y Tim Robbins me resultó, por momentos, una soberana tomadura de pelo amplificada por ese Javier Cámara realizando titánicos esfuerzos por parecer un actor serio. Y ahora nos llega la Coixet y nos planta esta adaptación que pervierte el espíritu de la novela (dejando a parte algunos cambios manifiestos en la trama que tampoco alteran el producto final) para convertir la historia de David Kepesh y Consuela (¿¿Consuela??) Castillo en una empalagosa peliculilla romántica repleta de frases de filosofía barata tan del gusto de alguno de los directores españoles que jalonan este país (véase, por ejemplo, León de Aranoa) y saturada de una voz en off que cuenta lo que en realidad se debería mostrar. Además, uno de los momentos más logrados y sobrecogedores de “El animal moribundo” es la muerte de George en la que Coixet desaprovecha (otra vez) la oportunidad de tocar la fibra sensible (no confundamos con sensiblero) del espectador.
David Kepesh es un maduro profesor de literatura que alterna sus clases con distintos programas radiofónicos y televisivos y alguna que otra crítica literaria en el New Yorker que le han conferido cierta fama. Animal solitario donde los haya, abandonó a su mujer y a su hijo para vivir una vida de independencia y de falta de compromiso amoroso que le lleva a tirarse a toda mujer hermosa que se cruza en su camino (principalmente sus alumnas) sin implicarse emocionalmente: el sexo por el sexo. Consuela Castillo es una de ellas: una estudiante cubana que deja prendado a Kepesh y con la que, finalmente, consigue acostarse siguiendo un ritual en el que el profesor obnubila a sus pupilas con su basta sapiencia y ellas caen rendidas a sus pies. Sin embargo, la jugada se vuelve en contra de él puesto que los años no perdonan y empieza a sentir algo que nunca antes había experimentado: los celos que surgen cuando alguien quiere de verdad. La juventud ha quedado atrás y surge el miedo ante la posibilidad de que Consuela se enamore de alguien más joven.
A partir de aquí se desarrolla la agonía de ese animal, ya moribundo, que era Kepesh y así lo vemos sucumbir a toda una serie de sentimientos desconocidos hasta entonces por él.
El Kepesh de Roth es un hombre cínico, divertido, hedonista y algo cabroncete que experimenta cómo todos aquellos postulados que defendía a capa y espada sobre las relaciones amorosas van haciéndose añicos frente a la fuerza arrolladora de Consuelo (sí, con “o”) y a ese desconocido “encoñamiento” que ella le provoca. En este sentido es interesante la paulatina evolución del personaje, evolución que Coixet no ha sabido solucionar. Kepesh (interpretado por un más que correcto –como siempre- Ben Kingsley) cae bien desde el principio cuando considero que no debería ser así y, por lo tanto, su metafórica agonía no resulta tan reveladora como en la novela.
“El animal moribundo”, además, destilaba erotismo (mucho erotismo) por los cuatro costados y “Elegy” aboga por escenas muy líricas, pero mojigatas en exceso y eso sin olvidar la manifiesta falta de química entre Kingsley y Cruz. La pasión (tan presente en Roth) se suplanta por una frialdad muy “bonita” acompañada de una música muy “bonita” con planos muy “bonitos”. Nada más.
Junto a David y Consuela, aparecen los personajes de George (un poeta amigo de Kepesh encarnado por Dennis Hopper), Carolyn (una antigua alumna del mismo con la que se acuesta regularmente y que interpreta Patricia Clarkson) y Kenny (aquel hijo al que abandonó, y que todavía no le ha perdonado, a cargo de Peter Sarsgaard).
En cuanto al apartado interpretaciones ya he comentado sucintamente que la actuación de Kingsley me parece de lo más correcta, aunque no da el tipo como David Kepesh. Hopper, Clarkson y Sarsgaard salen más que airosos de sus papeles, aunque éste último aparece poco y da la sensación de que está puesto ahí como un pegote y Pe… pues hace de Pe.
Que no, que esta vez tampoco voy a poderme sustraer a la famosa frase y voy a tener que acabar esta reseña sentenciando que “el libro es mejor que la película”.
Para ver la ficha de la película, pinchad aquí
Briony
#1 por La frontera entre China y París el 29 mayo, 2008 - 23:26
Haces un gran comentario, y me parece muy bien que comentes lo poco afortunado del título. De hacho, esta semana, el libro Elegy de Roth aparece entre los más vendidos de bolsillo. Y creo que mucha gente se ha equivocado.
No coincido contigo en que Roth está sobrevalorado. Me parece un gran escritor. Y capaz de hacer novelas en varios registros diferentes, cosa que otros son incapaces de hacer. El Lamento de Portnoy es genial. Y la trilogía Me case con un acomunista, pastoral americana y la mancha humana, meparecen literatura de un gran nivel. Sobre todo, el homenaje que la mancha humana hace a Invisible Man de Ralph Ellison
Saludos
#2 por Briony el 11 junio, 2008 - 23:23
Pues he sucumbido a tu entusiasta defensa de Philip Roth y me he comprado «La mancha humana». Ya te contaré qué tal me ha ido.
Más saludos