Existen películas que se atragantan como si intentaras engullir un cactus y otras son suaves como el algodón de azúcar. La soledad de Jaime Rosales pertenecería, sin ningún atisbo de duda por mi parte, a esta última categoría.
Voy a ser sincera y confesar que Jaime Rosales me gusta (y mucho), aunque su singladura como director se reduzca a varios cortos y a tan sólo dos largometrajes: la que nos ocupa y Las horas del día que recibió el premio Fipresci, que otorga la crítica internacional, en el festival de Cannes de 2003.
En Las horas del día, Jaime Rosales (y cito palabras textuales) nos contaba «La vida de un hombre normal, que de vez en cuando mata». Abel (interpretado por Alex Brendemühl) era un hombre aburrido, anodino y monótono como monótona, anodida y aburrida era su vida: su novia, su trabajo en un negocio familiar en horas bajas y la convivencia con su madre. Y esa persona que creíamos tan poco “interesante” es nada menos que un asesino en serie y lo es cuando menos lo esperábamos. Es ahí donde radica buena parte de la originalidad de este director: nos acerca a un personaje (o a varios), nos los muestra en su trabajo o en su vida cotidiana y, cuando creemos hallarnos ante la “normalidad”, nos zarandea con un giro inesperado en la trama.

En el caso de La soledad la película se vertebra en dos historias paralelas: la de Adela, una mujer separada y con un hijo, que decide salir de su pueblo para probar suerte en Madrid y donde comparte piso con Inés y Carlos y, por otro lado, la de Antonia, una viuda propietaria de un pequeño supermercado, cuya vida gira en torno a su nuevo amor y a sus hijas Elena (obsesionada por comprarse una casa de veraneo que está por encima de sus posibilidades económicas), Nieves (aquejada de un cáncer) e Inés (la compañera de piso de Adela). Esta última sirve de punto de unión entre ambas historias, aunque nunca lleguen a cruzarse. Gente corriente con vidas corrientes a las que nos acostumbramos hasta que nuevamente Rosales nos sorprende (y de qué manera) con algún que otro giro imprevisible que, evidentemente, no voy a desvelar.
Y todo ello narrado, en ambas películas, a través de una cámara estática que no persigue a los personajes, sino que se coloca (como si de un mueble más se tratara) en cualquier rincón y deja que ellos transiten delante de ella para que observemos sus evoluciones (como una especie de voyeurs) e, incluso, permite que desaparezcan de la escena y que sólo los oigamos hablar o moverse.

Sin embargo, en La soledad aparece un nuevo recurso: la polivisión en la que la pantalla se divide mostrándonos simultáneamente dos imágenes. Dicho recurso puede resultar algo molesto en un primer momento, pero a medida que avanza la película descubrimos su razón de ser y es que esa “división” es plenamente acertada cuando son dos los personajes (en muchos casos antagónicos por diferentes circunstancias) que dialogan y/o se enfrentan. Así sucede cuando Adela discute con su ex-marido Pedro o cuando Inés lo hace con su hermana Elena: una especie de incomunicación gráfica que acentúa esa soledad que da título a la película.
Cuando Sthendal definía lo que era el Realismo utilizaba un símil que muy bien podría aplicarse a las películas de Rosales: “La novela es un espejo que se pasea a lo largo de un camino”. Justo eso es lo que Rosales realiza con su camára evitando jucios de valor, desterrando cualquier subjetivismo. Lo que hay es lo que se ve y debemos ser nosotros los que reflexionemos y emitamos nuestras opiniones o emociones. Por esa razón me gusta el estilo de Rosales porque no me engaña, porque sus personajes podría encontrármelos en cualquier esquina, en el ascensor o en la cola del pan, porque se comportan como “personas reales”, porque me los creo.

De ahí que la interpretación de los actores y actrices que participan en el film me parezca sencillamente impecable (recordemos el Goya al actor revelación para José Luis Torrijo) , aunque debo resaltar a una de ellas por encima de los demás y ésa no es otra que Petra Martínez (Antonia). Su actuación en la escena en la que un médico le informa sobre el estado en el que se encuentra el cáncer de su hija Nieves es simplemente soberbia. Sin echar mano de un primerísimo plano ni de una música conmovedora las sinceras lágrimas de Antonia lo dicen todo sin necesidad de añadidos.
Película austera de silencios, de soledades, de muerte. Lacónica en muchos momentos, desgarradora en otros. La soledad me hace pensar que el cine español no estaba tan muerto como creía. Merecidísimos Goyas.
Para ver ficha de la película, pinchad aquí
Briony
#1 por Toni el 28 marzo, 2008 - 00:29
Pues yo he leido todo lo contrario. Que es un soberano coñazo.
#2 por David Saltares el 28 marzo, 2008 - 17:14
Hombre, eso depende de los gustos de cada uno, en muchas ocasiones el cine es así.
Yo no la he visto, desde luego.
Saludos.
#3 por estrella polar el 30 marzo, 2008 - 20:52
No la he podido ver. Esta película ha pasado por muchos lugares como una exhalación. No es de las que la gente vaya a verla en masa. Los comentarios de Briony me hacen sentir interés en ella. Veremos si tengo oportunidad.
#4 por Snake el 30 marzo, 2008 - 21:04
*Estrella Polar. Suele pasar mucho que una película pasa como un suspiro por los cines hasta que gana premios y empiezan a darle publicidad.
Si no me equivoco creo que pasó algo parecido con «Tesis» de Amenabar. Fué cosechar premios Goyas y la gente empezó a ir al cine como alma que lleva el Diablo. Incluso creo que volvieron a reestrenarla o algo parecido.